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Una-tierra-prometida (1)

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Y ¿por qué no? Lo cierto era que habíamos salvado a la economía de una

probable depresión. Habíamos estabilizado el sistema financiero global y

evitado el colapso de la industria del automóvil. Habíamos puesto vallas de

contención a Wall Street y hecho inversiones históricas en energías limpias

y en la infraestructura de la nación, protegido terrenos públicos y reducido

la contaminación atmosférica, conectado escuelas rurales a internet y

reformado el sistema de préstamos a estudiantes para que las decenas de

miles de millones de dólares que antes habían ido a parar a las arcas de los

bancos se emplearan en cambio para proveer becas directas a miles de

jóvenes que de otra forma no habrían podido pagar la universidad.

En conjunto, nuestra Administración y el Congreso controlado por los

demócratas podían reclamar con derecho haber hecho más cosas, haber

aprobado más leyes significativas con un impacto real en la vida de la gente

que cualquier otro periodo de sesiones del Congreso de los últimos cuarenta

años. Y si todavía nos quedaba mucho por hacer —si muchas personas

seguían sin trabajo y corrían el riesgo de perder su casa— era directamente

atribuible al tamaño del desorden que habíamos heredado, a la obstrucción

y el filibusterismo republicanos, algo que los votantes estadounidenses

podían cambiar votando en noviembre.

—El problema es que he estado enjaulado en este edificio —le dije a

Favs cuando nos sentamos juntos en el despacho Oval para trabajar en mi

discurso de campaña—. La gente escucha declaraciones que salen de

Washington: «Pelosi ha dicho esto, McConnell ha dicho aquello», y no

tienen forma de distinguir qué es verdad y qué no. Esta es nuestra

oportunidad de salir de nuevo y encontrar la forma de ir al grano. Hacer un

relato claro de lo que ha sucedido realmente en la economía, cómo la última

vez que los republicanos estuvieron al volante lanzaron el coche a una

zanja, y cómo nos hemos pasado los últimos dos años sacándolo... Ahora

que estamos a punto de conseguir que el coche arranque, ¡lo último que los

estadounidenses se pueden permitir es volver a darles las llaves! —volví a

mirar a Favs, que seguía ocupado tecleando en su ordenador—. ¿Cómo lo

ves? Creo que eso funcionará.

—Podría —dijo Favs, aunque sin el entusiasmo que yo esperaba.

En las seis semanas que faltaban para las elecciones anduve de gira por

todo el país intentando conseguir apoyo para los candidatos demócratas, de

Portland, Oregon, a Richmond, Virginia. Desde Las Vegas, Nevada, hasta

Coral Gables, Florida. La gente estaba motivada, llenaba los recintos

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