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Una-tierra-prometida (1)

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Tal y como se desarrollaron las cosas la polémica alcanzó el punto de

ebullición la misma semana en que teníamos agendada la cena iftar en la

Casa Blanca con un grupo de líderes musulmanes estadounidenses para

celebrar el mes de Ramadán. Se suponía que la cena era un evento discreto,

una forma de extender a los líderes musulmanes el mismo reconocimiento

que otorgábamos a otros credos en sus celebraciones religiosas más

importantes, pero cuando hablé con Rahm, le dije que tenía la intención de

aprovechar la ocasión para manifestarme a favor de los que querían

construir la mezquita.

—Hasta donde sé estamos en Estados Unidos —dije mientras guardaba

las cosas en mi maletín antes de dirigirme a la residencia para la cena—, y

en Estados Unidos no puedes señalar a un grupo religioso y decirle que no

pueden construir un lugar de culto en su propiedad.

—Lo entiendo, señor presidente —dijo Rahm—. Pero debe saber que si

usted dice algo, se lo va a colgar al cuello a nuestros candidatos en todos los

distritos en juego del país.

—Sí, sé que es así —respondí mientras salía por la puerta—, pero si no

podemos manifestarnos en algo tan básico como esto, entonces no entiendo

qué sentido tiene que estamos aquí.

Rahm suspiró.

—Al ritmo que vamos, puede que no estemos mucho más.

En agosto, mi familia y yo volamos a Martha’s Vineyard a pasar unas

vacaciones de diez días. Habíamos viajado por primera vez a la isla frente a

las costas de Cape Cod unos quince años antes, por invitación de una de mis

socias en el bufete de abogados, Allison Davis, y por recomendación de

Valerie, que había pasado veranos allí con su familia en la infancia. Con sus

playas amplias y dunas barridas por el viento, sus barcos atracados en el

muelle, sus granjas pequeñas y sus prados verdes enmarcados por bosques

de robles y viejos muros de piedra, era un lugar de una belleza tranquila y

un ambiente relajado perfecto para nosotros. Además, nos agradaba la

historia de Vineyard: los esclavos liberados habían participado en los

primeros asentamientos y durante generaciones las familias negras habían

alquilado allí sus casas de verano, lo que la convertía en una rara

comunidad turística en la que negros y blancos parecían sentirse en casa por

igual. Verano sí, verano no, habíamos llevado a las niñas a pasar allí una o

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