Una-tierra-prometida (1)

eimy.yuli.bautista.cruz
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07.09.2022 Views

derechos humanos, así como columnistas progresistas, nos culparon a mí yal resto del equipo de la Casa Blanca por no haber anticipado la resistenciapolítica a los juicios y por no haber hecho una defensa más enérgica cuandoel plan empezó a toparse con problemas. Puede que tuvieran razón. Tal vezsi hubiésemos puesto toda nuestra atención en ese tema durante un mes o unpoco más, dejando de lado nuestros esfuerzos en la atención sanitaria o enla reforma financiera o en el cambio climático o en la economía, tal vezhabríamos reconquistado la opinión pública y forzado a los líderes deNueva York a reconsiderar la cuestión. Me habría gustado pelear esabatalla. Sin duda, valía la pena.Pero al menos en esa época era una batalla que ninguno de los queestábamos en la Casa Blanca creíamos que se pudiera ganar. Rahm estabaevidentemente feliz de ver aplazado el plan de Eric, ya que él era quientenía que lidiar durante todo el día con las llamadas de los congresistasdemócratas aterrados, que nos suplicaban que dejásemos de abrir másfrentes. Lo cierto era que, después del primer año en el cargo, no mequedaba demasiado capital político; y lo poco que quedaba lo estábamosdosificando para conseguir que el Congreso aprobara todas las iniciativasposibles antes de que las elecciones de medio mandato de 2010 provocaranun posible cambio en el partido que controlaba.De hecho, Rahm se frustró conmigo a finales de aquel verano pormeterme en una polémica parecida, cuando el mismo grupo de familias devíctimas del 11-S que se oponían al juicio de Khalid Sheikh Mohamed enManhattan lanzó una campaña para bloquear la construcción de un centrocomunitario islámico y una mezquita cerca de la Zona Cero, sosteniendoque era una ofensa hacia ellos y hacia la memoria de quienes habíanfallecido en los ataques al World Trade Center. Hay que decir a su favor queel alcalde Bloomberg defendió enérgicamente el proyecto sobre la base dela libertad de culto, al igual que otros representantes de la ciudad e inclusoalgunas familias de víctimas del 11-S. Sin embargo, los analistas dederechas no tardaron en sacar provecho del asunto, con frecuencia entérminos abiertamente antislámicos. Las encuestas a nivel nacionalmostraban que la mayoría de los estadounidenses se oponían a la ubicaciónde la mezquita, y los políticos republicanos vieron en eso una oportunidadpara hacerles la vida imposible a los demócratas que se postulaban en laselecciones de medio mandato.

Tal y como se desarrollaron las cosas la polémica alcanzó el punto deebullición la misma semana en que teníamos agendada la cena iftar en laCasa Blanca con un grupo de líderes musulmanes estadounidenses paracelebrar el mes de Ramadán. Se suponía que la cena era un evento discreto,una forma de extender a los líderes musulmanes el mismo reconocimientoque otorgábamos a otros credos en sus celebraciones religiosas másimportantes, pero cuando hablé con Rahm, le dije que tenía la intención deaprovechar la ocasión para manifestarme a favor de los que queríanconstruir la mezquita.—Hasta donde sé estamos en Estados Unidos —dije mientras guardabalas cosas en mi maletín antes de dirigirme a la residencia para la cena—, yen Estados Unidos no puedes señalar a un grupo religioso y decirle que nopueden construir un lugar de culto en su propiedad.—Lo entiendo, señor presidente —dijo Rahm—. Pero debe saber que siusted dice algo, se lo va a colgar al cuello a nuestros candidatos en todos losdistritos en juego del país.—Sí, sé que es así —respondí mientras salía por la puerta—, pero si nopodemos manifestarnos en algo tan básico como esto, entonces no entiendoqué sentido tiene que estamos aquí.Rahm suspiró.—Al ritmo que vamos, puede que no estemos mucho más.En agosto, mi familia y yo volamos a Martha’s Vineyard a pasar unasvacaciones de diez días. Habíamos viajado por primera vez a la isla frente alas costas de Cape Cod unos quince años antes, por invitación de una de missocias en el bufete de abogados, Allison Davis, y por recomendación deValerie, que había pasado veranos allí con su familia en la infancia. Con susplayas amplias y dunas barridas por el viento, sus barcos atracados en elmuelle, sus granjas pequeñas y sus prados verdes enmarcados por bosquesde robles y viejos muros de piedra, era un lugar de una belleza tranquila yun ambiente relajado perfecto para nosotros. Además, nos agradaba lahistoria de Vineyard: los esclavos liberados habían participado en losprimeros asentamientos y durante generaciones las familias negras habíanalquilado allí sus casas de verano, lo que la convertía en una raracomunidad turística en la que negros y blancos parecían sentirse en casa porigual. Verano sí, verano no, habíamos llevado a las niñas a pasar allí una o

derechos humanos, así como columnistas progresistas, nos culparon a mí y

al resto del equipo de la Casa Blanca por no haber anticipado la resistencia

política a los juicios y por no haber hecho una defensa más enérgica cuando

el plan empezó a toparse con problemas. Puede que tuvieran razón. Tal vez

si hubiésemos puesto toda nuestra atención en ese tema durante un mes o un

poco más, dejando de lado nuestros esfuerzos en la atención sanitaria o en

la reforma financiera o en el cambio climático o en la economía, tal vez

habríamos reconquistado la opinión pública y forzado a los líderes de

Nueva York a reconsiderar la cuestión. Me habría gustado pelear esa

batalla. Sin duda, valía la pena.

Pero al menos en esa época era una batalla que ninguno de los que

estábamos en la Casa Blanca creíamos que se pudiera ganar. Rahm estaba

evidentemente feliz de ver aplazado el plan de Eric, ya que él era quien

tenía que lidiar durante todo el día con las llamadas de los congresistas

demócratas aterrados, que nos suplicaban que dejásemos de abrir más

frentes. Lo cierto era que, después del primer año en el cargo, no me

quedaba demasiado capital político; y lo poco que quedaba lo estábamos

dosificando para conseguir que el Congreso aprobara todas las iniciativas

posibles antes de que las elecciones de medio mandato de 2010 provocaran

un posible cambio en el partido que controlaba.

De hecho, Rahm se frustró conmigo a finales de aquel verano por

meterme en una polémica parecida, cuando el mismo grupo de familias de

víctimas del 11-S que se oponían al juicio de Khalid Sheikh Mohamed en

Manhattan lanzó una campaña para bloquear la construcción de un centro

comunitario islámico y una mezquita cerca de la Zona Cero, sosteniendo

que era una ofensa hacia ellos y hacia la memoria de quienes habían

fallecido en los ataques al World Trade Center. Hay que decir a su favor que

el alcalde Bloomberg defendió enérgicamente el proyecto sobre la base de

la libertad de culto, al igual que otros representantes de la ciudad e incluso

algunas familias de víctimas del 11-S. Sin embargo, los analistas de

derechas no tardaron en sacar provecho del asunto, con frecuencia en

términos abiertamente antislámicos. Las encuestas a nivel nacional

mostraban que la mayoría de los estadounidenses se oponían a la ubicación

de la mezquita, y los políticos republicanos vieron en eso una oportunidad

para hacerles la vida imposible a los demócratas que se postulaban en las

elecciones de medio mandato.

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