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Una-tierra-prometida (1)

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relacionada con esos interrogatorios fuera admisible según las normas de

procesamiento penal ordinarias.

A los funcionarios de la Administración Bush nada de todo eso les había

parecido un problema porque, según ellos, los detenidos en Guantánamo

eran «combatientes enemigos ilegales», exentos de las garantías de la

Convención de Ginebra y sin derecho a juicio en tribunales civiles. Para

juzgar esos casos, la Administración había creado en su lugar un sistema

alternativo de «comisiones militares» en el que algunos jueces militares de

Estados Unidos determinaban su culpabilidad o inocencia, y en el que

imperaban escasos requisitos probatorios y garantías procesales aún más

débiles. Muy pocos observadores consideraron que el criterio de la

Administración cumplía con los requerimientos mínimos de un juicio justo,

y a consecuencia de los constantes recursos, los retrasos y los

inconvenientes procesales, las comisiones habían conseguido pronunciarse

solo en tres casos durante dos años. Mientras tanto, un mes antes de que

fuera elegido, los abogados que representaban a diecisiete uigures

apresados en Guantánamo habían solicitado con éxito que un juez federal

revisara su detención, lo que había llevado al juez a ordenar que se les

pusiera en libertad y había sentado las bases para una prolongada batalla

legal sobre el tema de las jurisdicciones. También estaban pendientes

algunas apelaciones similares sobre otros detenidos.

«Esto no es un sándwich de mierda —comentó Denis después de una de

nuestras sesiones sobre Guantánamo—, esto es todo un bufet de mierda.»

A pesar de las dificultades, empezamos a desbrozar el problema. Ordené

que se suspendiera la derivación de nuevos casos a comisiones militares;

aunque para hacerle un guiño al Pentágono, accedí a que un equipo

interinstitucional evaluara si se podía reformar y utilizar las comisiones

como refuerzo ante la posibilidad de que no pudiéramos juzgar a algunos

detenidos en tribunales civiles. Establecimos un proceso formal para

analizar qué detenidos podían ser liberados de forma segura, ya fuera

enviándolos a sus países de origen o a otros países dispuestos a aceptarlos.

Junto a un equipo de abogados del Pentágono y de la CIA, el fiscal general

Eric Holder y un equipo de fiscales del Departamento de Justicia,

comenzamos a revisar los expedientes de los prisioneros para ver qué

evidencias hacían falta para llevar a juicio y dictar sentencia a cada uno de

los detenidos de alto valor en Guantánamo. Empezamos a buscar una

instalación en Estados Unidos —ya fuera militar o dentro del sistema

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