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Una-tierra-prometida (1)

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mezclasen con algo de miedo) cuando se dispararon los cañones de confeti

en la celebración de la victoria, y a un Axelrod exultante diciéndome que,

salvo en uno, había ganado en todos los distritos de mayoría blanca de

Chicago, que en épocas pasadas habían servido como epicentro de la

resistencia racial a Harold Washington. («Harold nos sonríe esta noche

desde el cielo», añadió.)

También recuerdo la mañana siguiente, cuando, sin haber apenas

dormido, fui a Central Station a saludar a los viajeros que se dirigían a sus

trabajos. Había empezado a caer una suave nevada, con copos del tamaño

de pétalos de flor, y toda la gente que me reconocía y me daba la mano

parecía llevar puesta la misma sonrisa, como si hubiésemos hecho algo

sorprendente juntos.

«Como si hubiésemos salido propulsados de un cañón», fue la manera que

encontró Axe para describir los meses siguientes, y es exactamente lo que

sentí. De la noche a la mañana nuestra campaña se convirtió en noticia

nacional, las cadenas de televisión llamaban para entrevistarme y recibimos

felicitaciones telefónicas de representantes políticos de todo el país. No era

solo que hubiésemos ganado, ni siquiera la inesperada magnitud del margen

de nuestra victoria; lo que interesaba a los observadores era la manera en

que lo habíamos hecho, con votos procedentes de todos los segmentos

demográficos, incluidos los condados blancos sureños y rurales. Los

comentaristas especulaban en torno a lo que mi campaña evidenciaba del

estado de las relaciones raciales en el país; y, debido a mi temprana

oposición a la guerra de Irak, lo que podía significar para el rumbo del

Partido Demócrata.

Mi campaña no podía permitirse el lujo de una celebración; nos

esforzamos por no bajar el pistón. Incorporamos a más gente con

experiencia, como Robert Gibbs, director de Comunicación, un tipo duro y

avispado de Alabama que había trabajado en la campaña de Kerry. Aunque

las encuestas me daban casi veinte puntos de ventaja sobre Jack Ryan, mi

rival republicano, su currículum me invitaba a ser cauto y no dar nada por

descontado: era un banquero que había dejado Goldman Sachs para dar

clase en una escuela parroquial que atendía a niños desfavorecidos y cuyo

aspecto de ídolo juvenil limaba las aristas de su programa republicano,

extraordinariamente convencional.

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