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Una-tierra-prometida (1)

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Esa necesidad de responsabilidad y disciplina se extendía a las cuestiones

de control civil de las fuerzas armadas; un punto sobre el que había hecho

hincapié en el despacho Oval con Gates y Mullen, evidentemente con

escasos resultados. En realidad, yo admiraba el espíritu rebelde de

McChrystal, su aparente menosprecio al fingimiento y a toda autoridad que,

en su opinión, no hubiese sido ganada. Sin duda eso lo había convertido en

un mejor líder, y explicaba la feroz lealtad que generaba en las tropas bajo

su mando. Pero en el reportaje de la Rolling Stone percibí en él y en sus

asistentes el mismo aire de impunidad que parecía haberse arraigado entre

algunos de los altos mandos de las fuerzas armadas durante los años de

Bush: esa sensación de que una vez que la guerra había comenzado, no se

podía cuestionar a quienes peleaban en ella, que los políticos sencillamente

tenían que darles lo que pedían y no entrometerse. Era un punto de vista

atractivo, sobre todo viniendo de un hombre del calibre de McChrystal.

Pero al tiempo, amenazaba con erosionar un principio fundamental de

nuestra democracia representativa y estaba decidido a acabar con eso.

La mañana en la que por fin nos sentamos a solas McChrystal y yo en el

despacho Oval era húmeda y calurosa. Parecía humillado pero sereno. A su

favor hay que decir que no puso excusas por sus comentarios. No insinuó

que lo habían citado mal o fuera de contexto. Simplemente pidió disculpas

por su error y me ofreció su carta de renuncia. Le expliqué por qué, a pesar

de la admiración que sentía por él y de mi gratitud por sus servicios, había

decidido aceptarla.

Cuando McChrystal se marchó, di una conferencia de prensa en el jardín

de las Rosas para subrayar los motivos de mi decisión y para anunciar que

el general Dave Petraeus iba a asumir el mando de las fuerzas de coalición

en Afganistán. Tom Donilon fue el que tuvo la idea de cambiar de puesto a

Petraeus. No solo era el líder militar más conocido y respetado del país,

sino que además, como eje del Comando Central, ya estaba íntimamente

familiarizado con nuestra estrategia en Afganistán. La decisión cayó de la

mejor manera, dadas las circunstancias. Aun así, me fui de la conferencia de

prensa sintiéndome furioso por la situación. Le dije a Jim Jones que

reuniera a todos los miembros del equipo de seguridad nacional de

inmediato. La reunión no duró mucho.

—Os pongo a todos sobre aviso de que estoy harto —dije alzando cada

vez más la voz—. No quiero oír ni un solo comentario sobre McChrystal en

los medios. No quiero más versiones, ni rumores, ni deslealtades. Lo que

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