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Una-tierra-prometida (1)

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conmemoración del desembarco aliado en Normandía. El que me había

dicho que le habían asignado a Afganistán como décimo destino.

—Claro que sí... Cory —dije mirando por encima a la madre, que me

disculpó con la mirada por no haber reconocido a su hijo—. ¿Cómo te

sientes?

—Enséñale cómo te sientes, Cory —dijo la madre.

Lentamente y haciendo un gran esfuerzo, levantó el brazo y me ofreció

un pulgar levantado. Mientras nos tomaba una foto a los dos juntos, me di

cuenta de que Pete estaba visiblemente conmovido.

Tal vez lo que le había pasado a Cory y a muchos como él no estaba tanto

entre las prioridades de los votantes como de la mía. Desde el cambio a un

ejército estrictamente voluntario en la década de 1970, cada vez había

menos estadounidenses que tuvieran miembros de sus familias, amigos y

vecinos peleando en el frente. Pero el número creciente de víctimas tenía

cansada a una nación más insegura que nunca sobre la dirección de una

guerra que parecía interminable. Esa incertidumbre se exacerbó aún más en

el mes de junio, cuando a los quioscos llegó un extenso reportaje a Stan

McChrystal publicado en la revista Rolling Stone . El artículo, con el título

«El general desbocado», era ampliamente crítico con la campaña bélica de

Estados Unidos e insinuaba que el Pentágono me había engañado para

redoblar la apuesta en una causa perdida. Pero eso no era ninguna novedad.

Lo que más llamó la atención en Washington fue el acceso que McChrystal

le había concedido al periodista y la cantidad de comentarios mordaces que

el general y su equipo habían hecho sobre algunos aliados, cargos electos y

miembros de la Administración. En una parte del reportaje, el periodista

describe a McChrystal y a un asistente bromeando con posibles respuestas a

cualquier pregunta sobre el vicepresidente Biden. («¿Me preguntas por el

vicepresidente Biden?», el periodista cita a McChrystal: «¿Y ese quién

es?». A lo que el asistente responde metiendo baza: «Se debe de referir a

Bite-me [muérdeme]»). En otra, McChrystal se queja de tener que cenar

con un ministro francés en París («Preferiría que me dieran una patada en el

culo») y se queja de un correo que le acaba de llegar del asesor especial de

Hillary, un diplomático de vasta experiencia, Richard Holbrooke («No, ni

quiero abrirlo»). Y aunque me eximen ampliamente de las peores burlas, un

miembro del equipo de McChrystal apunta a la desilusión de su jefe tras

nuestra reunión justo antes de que le designara comandante de la coalición,

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