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Una-tierra-prometida (1)

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elecciones de medio mandato y —en parte debido a la larga historia de

discriminación de votantes en Estados Unidos y en parte a que algunos

estados utilizaban continuamente procedimientos complejos que hacían que

emitir el voto fuera más difícil de lo necesario— se producía una caída más

pronunciada entre los votantes jóvenes o con menores ingresos y las

minorías, es decir, los grupos demográficos que solían votar a los

demócratas.

Todo eso habría convertido las elecciones de medio mandato en un gran

desafío para nosotros, incluso en épocas de relativa tranquilidad y

prosperidad. Evidentemente, no estábamos en esa circunstancia. A pesar de

que las empresas habían empezado a contratar de nuevo, la tasa de

desempleo siguió estancada en el 9,5 por ciento durante junio y julio, sobre

todo debido a que los gobiernos locales y estatales, cortos de liquidez,

seguían despidiendo empleados. Me reunía al menos una vez a la semana

con el equipo económico en la sala Roosevelt e intentábamos encontrar

alguna formulación de planes de estímulo nuevos para convencer al menos

a un puñado de senadores republicanos de que nos apoyaran, aunque fuera

por vergüenza. Pero más allá de una reticente prórroga a los beneficios de la

prestación por desempleo de emergencia antes de que el Congreso

suspendiera las sesiones por el receso de agosto, McConnell normalmente

conseguía mantener su caucus alineado.

«Odio decirlo —me dijo un senador republicano que había venido de

visita a la Casa Blanca por otro asunto—, pero cuanto peor se sienta la

gente, mejor para nosotros.»

La economía no era el único viento en contra. En cuanto a seguridad

nacional, las encuestas de opinión pública normalmente daban ventaja a los

republicanos por encima de los demócratas, y desde el día en que había

asumido el cargo, el Partido Republicano había intentado ensanchar esa

ventaja aprovechando cada oportunidad para hacer que mi Administración

pareciera débil en cuestiones de defensa y floja con el terrorismo. La

mayoría de los ataques habían fallado: por más desencantados que

estuvieran los votantes con mi gestión económica, no habían dejado de

darme buenas notas en seguridad. Las cifras se habían mantenido estables

tras la masacre de Fort Hood y la frustrada bomba de Navidad. Incluso

habían seguido prácticamente inmutables cuando, en mayo de 2010, un

hombre llamado Faisal Shahzad —ciudadano nacionalizado estadounidense

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