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Una-tierra-prometida (1)

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ligero cambio de prioridades para que el Gobierno pudiera ayudarles.»

El público permanecía en silencio, y yo contestaba a unas cuantas

preguntas. Cuando el acto terminaba, la gente hacía cola para darme la

mano, llevarse algunos documentos de la campaña, o hablar con Jeremiah,

Anita o algún voluntario local sobre cómo podían participar en ella. Y yo

iba hasta el siguiente pueblo sabiendo que la historia que contaba era cierta,

convencido de que esta campaña ya no giraba en torno a mí, sino que me

había convertido en un mero transmisor mediante el cual la gente podía

reconocer el valor de sus propias historias, su propia valía, y compartirlas

entre sí.

Tanto en los deportes como en la política es difícil entender la naturaleza

exacta de lo que se conoce como «impulso». Pero a principios de 2004

nosotros lo teníamos. Axe nos hizo rodar dos anuncios para televisión. En

el primero de ellos, salía yo hablando directamente a la cámara y terminaba

con el eslogan «Sí se puede». (A mí me parecía sensiblero, pero Axe apeló

de inmediato a un poder superior: se lo mostró a Michelle, que opinó que

«no era sensiblero en absoluto».) En el segundo aparecía Sheila Simon, hija

del querido exsenador por Illinois Paul Simon, que había muerto tras una

operación de corazón días antes de cuando tenía previsto hacer público su

respaldo a mi candidatura.

Los anuncios salieron en antena justo cuatro semanas antes de las

primarias. En poco tiempo, mis apoyos casi se habían doblado. Cuando los

cinco periódicos más importantes del estado me dieron su apoyo, Axe

actualizó los anuncios para que lo destacasen, y me explicó que este tipo de

refrendo era más beneficioso para los candidatos negros que para los

blancos. Fue más o menos por esas fechas cuando la campaña de mi

principal rival se vino abajo después de que los medios publicasen detalles

de documentos judiciales hasta entonces secretos, en los que su exmujer

alegaba haber sido víctima de abusos domésticos. El 16 de marzo de 2004,

el día de las primarias demócratas, en que nos enfrentábamos a otros seis

rivales, acabamos obteniendo casi el 53 por ciento de los votos: no solo más

que el resto de candidatos demócratas juntos, sino más que todos los votos

que se habían emitido en el estado entero en las primarias republicanas.

Solo recuerdo dos momentos de esa noche: los grititos de júbilo de

nuestras hijas (que en el caso de Sasha, que tenía dos años, quizá se

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