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Una-tierra-prometida (1)

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pensamos que involucrar a un físico ganador del Premio Nobel podría

ayudar, así que tras descubrir las filtraciones submarinas, le pedimos a Chu

que explicara al equipo los aspectos científicos para lograr cerrarlas. A

pesar de la advertencia de Carol de que fuera escueto, su presentación en la

sala de Crisis duró casi el doble del tiempo que le habían asignado e

implicó treinta diapositivas. Casi todos en la sala estaban perdidos a partir

de la quinta. En lugar de desperdiciar toda esa capacidad intelectual en

nosotros, le di la orden de que se dirigiera a Houston, donde se encontraba

el equipo de respuesta de BP, para que trabajara con sus ingenieros en una

posible solución.

Mientras, la actitud de la sociedad hacia la catástrofe empezó a cambiar.

Durante las primeras semanas del vertido BP se había llevado la peor parte

de la culpa. No solo porque los estadounidenses solían desconfiar de las

compañías petroleras, sino porque el director ejecutivo de BP, Tony

Hayward, era un desastre para las relaciones públicas: dijo a los medios que

el vertido suponía una cantidad «relativamente minúscula» de petróleo en

un «océano tan grande»; en otra entrevista afirmó que no había nadie que

quisiera ver aquel hueco tapado más que él porque «me gustaría recuperar

mi vida», y confirmó en general todos los estereotipos del ejecutivo

arrogante de compañía multinacional que ha perdido el contacto con la

realidad. (Su torpeza me recordaba que BP —antes conocida como British

Petroleum— había comenzado con el nombre AngloPersian Oil Company:

la misma compañía cuyo rechazo a repartir regalías con el Gobierno de Irán

en la década de 1950 había conducido al golpe de Estado que finalmente

había desencadenado la revolución islámica en el país).

Sin embargo, cuando la crisis pasó la barrera de los treinta días, la

atención empezó a dirigirse cada vez más a la posible culpa de mi

Administración en el desastre. En concreto, la cobertura informativa y las

audiencias en el Congreso se aferraron a una serie de exenciones en normas

habituales de seguridad y medioambiente que BP había recibido por parte

del Servicio de Administración de Minerales (MMS, por sus siglas en

inglés), una subagencia del Departamento del Interior responsable de

conceder contratos, recaudar rentas y supervisar operaciones de perforación

offshore en aguas federales. No había nada raro en las exenciones que el

MMS había otorgado a BP en el pozo Macondo; en lo que se refiere a la

gestión de riesgos de perforación en aguas profundas, los funcionarios de la

agencia ignoraban constantemente a los científicos e ingenieros de su

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