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Una-tierra-prometida (1)

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antigua decana de la Escuela de Derecho de Harvard Elena Kagan, quien, al

igual que la jueza Sotomayor, salió relativamente ilesa de las audiencias del

Senado y fue confirmada unos meses más tarde.

Pero no importaba cuántos platos hiciera girar en el aire, al final del día

mi mente regresaba al vertido de la Deepwater. Si cerraba con fuerza los

ojos, hasta podía convencerme de que había habido algunos progresos. BP

había conseguido tapar con éxito la más pequeña de las tres filtraciones,

utilizando robots para arreglar una de las válvulas de la tubería rota. El

almirante Allen había conseguido cierto orden en las labores de limpieza de

la superficie del mar, que a mediados de mayo habían implicado mil

embarcaciones y un ejército de casi veinte mil personas entre empleados de

BP, miembros de la guardia costera y de la guardia nacional, camaroneros,

pescadores y voluntarios. Valerie hizo un trabajo tan extraordinario con su

seguimiento a los cinco gobernadores de los estados afectados por el vertido

que, a pesar de sus filiaciones partidistas, la mayoría de ellos solo pudo

hablar bien de la respuesta del Gobierno federal. («Bob Riley y yo nos

hemos hecho amiguetes», dijo ella con una sonrisa refiriéndose al

gobernador republicano de Alabama). La única excepción era el gobernador

Jindal. Valerie me informó de que en varias ocasiones había solicitado la

ayuda de la Casa Blanca para ciertas cuestiones, solo para publicar cinco

minutos después un comunicado de prensa culpándonos de ignorar a

Luisiana.

Aun así, el petróleo seguía saliendo. Los robots de BP no habían podido

cerrar el bloqueador de erupción del pozo, lo que dejaba abiertas las dos

filtraciones principales. La primera tentativa de la compañía de poner una

cúpula de contención sobre las filtraciones también había fallado por

problemas relacionados con las gélidas temperaturas que había en la

profundidad del mar. Cada vez resultaba más evidente que la compañía no

sabía exactamente qué probar a continuación; tampoco lo sabía ninguna de

las agencias federales habituadas a gestionar vertidos. «Estamos

acostumbrados a contener derrames por accidentes de buques petroleros o

tuberías rotas —me explicó el almirante Allen—, intentar sellar un pozo

vivo de petróleo a un kilómetro y medio de la superficie... se parece más a

una misión espacial.»

Era una analogía apropiada, y también lo que me llevó a acudir a Steve

Chu en busca de ayuda. A pesar del título, el secretario de Energía

normalmente no tenía jurisdicción sobre un vertido de petróleo. Pero

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