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Una-tierra-prometida (1)

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offshore , al igual que una prohibición de pescar en el área contaminada, y

declaramos la catástrofe del Macondo «vertido de importancia nacional». El

Gobierno federal coordinó una respuesta que involucraba a varias

entidades, incluso la colaboración con voluntarios civiles. Pronto había más

de dos mil personas trabajando a contrarreloj para contener el vertido,

manejando una flota compuesta por setenta y cinco embarcaciones entre

remolcadores, barcazas y separadores de aceites flotantes, además de

decenas de aeronaves y más de ochenta y tres mil metros de barreras de

contención. Envié a Napolitano, Salazar y Lisa Jackson, de la EPA, al golfo

para supervisar el trabajo, y le dije a Valerie que quería que hablara todos

los días con los gobernadores de Luisiana, Alabama, Mississippi, Texas y

Florida (los cinco casualmente republicanos) para preguntarles qué otra

cosa podíamos hacer para ayudar.

«Diles que si tienen un problema, quiero que me lo cuenten ellos mismos

—le dije a Valerie—. Quiero que seamos tan condenadamente receptivos

que terminen aburridos de nosotros.»

Es justo decir que el 2 de mayo, cuando visité la estación de la guardia

costera de Venice, Luisiana, con la intención de ver con mis propios ojos las

operaciones de limpieza, ya estábamos poniendo todos nuestros esfuerzos

para contener la catástrofe. Al igual que en la mayoría de viajes

presidenciales, el objetivo no era tanto recabar información como transmitir

interés y determinación. Después de dar una conferencia de prensa bajo una

lluvia torrencial frente a la estación, hablé con un grupo de pescadores que

me contaron que BP les acababa de contratar para poner las barreras de

contención a lo largo de la trayectoria de la mancha de petróleo y estaban

comprensiblemente preocupados por el impacto que el vertido iba a tener a

largo plazo en su modo de ganarse la vida.

Aquel día también pasé un buen rato con Bobby Jindal, excongresista y

experto en políticas de sanidad durante la Administración Bush que había

hecho uso de su afilado conservadurismo para convertirse en el primer

gobernador indígena de Estados Unidos. Inteligente, ambicioso y de treinta

y pocos años, dentro del partido lo consideraban una joven promesa y lo

habían elegido para dar la respuesta televisada del Partido Republicano al

discurso que yo di tras mi primera sesión conjunta en el Congreso. Pero el

accidente de la Deepwater, que amenazaba con cerrar industrias claves de

Luisiana como el comercio de mariscos y el turismo, le dejaba en un lugar

incómodo: al igual que la mayoría de políticos republicanos, era un sólido

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