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Una-tierra-prometida (1)

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un kilómetro y medio de profundidad dentro de un pozo en el lecho marino.

Dudo que alguien sepa con seguridad nada.

—¿Y qué pasa si están equivocados? —le pregunté— ¿Qué pasa si hay

un vertido bajo la superficie?

—Si no lo pueden sellar rápidamente —dijo—, esto va a ser una

pesadilla.

En menos de dos días los temores de Carol se habían confirmado. El pozo

Macondo estaba vertiendo petróleo bajo la superficie, y no solo un simple

goteo. Los ingenieros de BP identificaron primero un vertido proveniente

de una rotura en la tubería que se había abierto cuando la plataforma se

hundió, y que descargaba al golfo la cantidad aproximada de mil barriles de

petróleo diarios. El 28 de abril, unas cámaras submarinas descubrieron otras

dos filtraciones y las estimaciones ascendieron a cinco mil barriles diarios.

En la superficie, la mancha de petróleo había crecido hasta alcanzar los mil

quinientos kilómetros cuadrados, estaba cerca de rozar la costa de Luisiana,

envenenando peces, delfines y tortugas marinas, además de provocar

posibles daños a largo plazo en los pantanos, estuarios y ensenadas que

conformaban el hábitat de aves y otras formas de vida silvestre.

Pero lo más alarmante era el hecho de que por lo visto BP no sabía

cuánto tiempo le llevaría sellar con éxito el pozo. La compañía insistía en

que había varias opciones viables, desde utilizar vehículos de control

remoto para desatascar el bloque obturador, rellenar el pozo con caucho o

algún otro material, colocar una cúpula de contención sobre él para subir el

petróleo con un embudo a la superficie y recogerlo, o perforar pozos de

alivio que lo cruzaran para poder bombear cemento y bloquear la salida de

petróleo. Aun así, según nuestros expertos, no había garantías de que las

primeras tres opciones fueran a funcionar, mientras que la cuarta podía

«llevar varios meses». A la velocidad con la que salía el petróleo a

borbotones, calculábamos que al vertido se podían sumar unos setenta y dos

mil metros cúbicos de barriles; casi un 70 por ciento más que los que se

había derramado en el episodio Exxon Valdez.

Estábamos posiblemente ante la peor catástrofe medioambiental de la

historia de Estados Unidos.

Designamos a Thad Allen como coordinador de la emergencia.

Impusimos una suspensión de treinta días a las nuevas perforaciones

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