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Una-tierra-prometida (1)

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multiplicándose a toda velocidad, le pedí a Rahm que organizara una

reunión informativa a mi regreso en la que estuvieran presentes el

comandante de la guardia costera, el almirante Thad Allen, Janet

Napolitano, de Seguridad Interior, y el secretario del Interior Ken Salazar,

cuyo departamento era el responsable de supervisar las perforaciones

offshore . Resultó que el único momento en que pudimos agendar la reunión

fue a las 18.00; inmediatamente después de que terminara de dirigirme a las

doscientas personas a las que habíamos invitado con anterioridad a una

recepción en el jardín de las Rosas para celebrar el cuadragésimo

aniversario del día de la Tierra.

Una pequeña ironía cósmica que no estaba de humor para apreciar.

—Vaya despedida te estamos dando, Thad —dije cuando le estreché la

mano al almirante Allen, mientras el resto del equipo entraba al despacho

Oval.

Robusto, con la cara colorada y un bigote tipo escobilla, a Allen le

quedaba un mes para jubilarse después de treinta y nueve años de servicio

como guardacostas.

—Bueno, con un poco de suerte conseguiremos controlar esta catástrofe

antes de mi partida, señor presidente —contestó Allen.

Hice una seña al grupo para que tomara asiento. El ánimo se fue

poniendo cada vez más sombrío a medida que Allen explicaba que la

guardia costera había reducido sus esperanzas en las operaciones de

búsqueda y rescate; habían pasado demasiadas horas como para que alguno

de los once operarios de la Deepwater desaparecidos pudiera sobrevivir en

mar abierto. En cuanto a la limpieza, nos informó que los equipos de

respuesta de BP y de la guardia costera habían desplegado botes

especialmente equipados para retirar los restos de petróleo de la superficie

del agua. Aeronaves dotadas de disolventes químicos comenzarían a rociar

la superficie del agua para separar el petróleo en gotas más pequeñas. Y la

guardia costera ya trabajaba junto a BP y los estados afectados colocando

barreras de contención —muros flotantes de esponja y plástico— para

evitar que el petróleo se extendiera hasta la costa.

—¿Qué dice BP sobre su responsabilidad? —pregunté volviéndome

hacia Salazar.

Calvo y con gafas, de carácter alegre y con cierta debilidad por los

sombreros de vaquero y las corbatas de bolo, Ken había sido elegido

senador en 2004, el mismo año que yo. Se había convertido en un colega de

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