Una-tierra-prometida (1)

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07.09.2022 Views

de control de máquinas de la plataforma y ardieron rápidamente, lo quesacudió la estructura completa con un par de explosiones violentas. Unatorre de fuego iluminó el cielo nocturno, mientras los miembros del equipohuían en desbandada hacia los botes salvavidas o saltaban a las aguasrepletas de escombros. De las ciento veintiséis personas a bordo de laplataforma, noventa y ocho consiguieron escapar sin lesiones físicas,diecisiete sufrieron heridas y once trabajadores desaparecieron. LaDeepwater Horizon siguió ardiendo durante las siguientes treinta y seishoras; la descomunal bola de fuego y humo podía verse a kilómetros dedistancia.Yo estaba en la residencia cuando me informaron de lo que estabasucediendo en el golfo, acababa de regresar de un viaje por la costa oeste,adonde había ido a recaudar fondos para los candidatos demócratas alCongreso. Mi primer pensamiento fue «otra vez no». Apenas quince díasantes, una explosión de polvo de carbón en la mina Upper Big Branch deMassey Energy, en Virginia Occidental, se había cobrado la vida deveintinueve operarios, el peor accidente minero en casi cuarenta años.Aunque la investigación estaba en sus primeras fases, ya sabíamos queMassey tenía un largo historial de incumplimiento de normas de seguridad.La plataforma Deepwater, en cambio, no había tenido ningún incidenteimportante en siete años. Aun así, no podía evitar relacionar los dosaccidentes y sopesar el coste humano que implicaba la dependenciamundial de los combustibles fósiles: la cantidad de personas que estabanobligadas a arriesgar a diario sus pulmones, sus riñones y a veces hasta suvida para llenar nuestros depósitos de gasolina, mantener las lucesencendidas, y generar ganancias estratosféricas a distantes ejecutivos yaccionistas.Sabía también que la explosión tendría serias consecuencias en nuestraagenda de energía. Unas semanas antes había autorizado al Departamentodel Interior que permitiera la venta de algunas concesiones offshore , paraempezar a explorar (aunque no a producir) al este del golfo y en los maresfrente a las costas de los estados del Atlántico y Alaska. Cumplía unapromesa electoral: en pleno incremento del precio del petróleo y con lapropuesta de McCain-Palin de abrir la franja costera de Estados Unidos aventas al por mayor de concesiones de perforación subiendo en las

encuestas, me había comprometido a considerar una expansión limitada dela perforación como parte de una estrategia de energía de «todo lo anterior».Políticamente hablando, cualquier transición hacia un futuro de energíaslimpias llevaría décadas; mientras eso ocurriera, yo no tenía ningúnproblema en aumentar la producción de petróleo y gas de Estados Unidospara reducir nuestra dependencia de las importaciones de petroestadoscomo Rusia y Arabia Saudí.Sobre todo, mi decisión de permitir nuevas perforaciones de exploraciónera un intento desesperado de salvaguardar nuestra legislación sobre elcambio climático, que entonces se encontraba en terapia intensiva. El otoñoanterior, cuando el senador republicano Lindsey Graham aceptó ayudarnosa diseñar un proyecto de ley medioambiental para ambos partidos, nosadvirtió de que íbamos a tener que dar algo a cambio para conseguirsuficiente apoyo republicano con el fin de evitar las tácticas dilatorias, y laautorización de más perforaciones offshore ocupaba el primer lugar de sulista. Confiando en las palabras de Graham, Joe Lieberman y John Kerry sepasaron varios meses trabajando con Carol Browner para intentar convencera los grupos ecologistas de que el intercambio valía la pena; sostenían quelos riesgos medioambientales de la perforación offshore se habían reducidogracias a los avances tecnológicos, y que cualquier acuerdo final impediríala actividad de las petroleras en áreas sensibles como el refugio nacional deVida Silvestre del Ártico.Al menos algunos grupos ecologistas estaban dispuestos a cooperar. Peropor desagracia a medida que pasaban los meses resultaba cada vez másevidente que Graham no iba a poder cumplir con su parte del trato. No esque no lo intentara. Trabajó para que las petroleras aceptaran el acuerdo ybuscó a republicanos moderados, como Susan Collins y Olympia Snowe, ya senadores de estados petroleros como Lisa Murkowski, de Alaska, con laesperanza de que copatrocinaran el proyecto de ley. Pero no importaban lasconcesiones que Kerry y Lieberman estuvieran dispuestos a hacer, Grahamno logró involucrar a nadie en el caucus republicano. El precio político decooperar con mi Administración seguía siendo demasiado alto.El propio Graham había empezado a pagar un precio por trabajar en elproyecto de ley medioambiental, tanto por parte de los votantes como de losmedios. Sus exigencias para seguir trabajando en el proyecto aumentaron,lo que hizo que para Kerry fuera más difícil que retener a los gruposecologistas. Hasta el anuncio de que estábamos preparando el terreno para

encuestas, me había comprometido a considerar una expansión limitada de

la perforación como parte de una estrategia de energía de «todo lo anterior».

Políticamente hablando, cualquier transición hacia un futuro de energías

limpias llevaría décadas; mientras eso ocurriera, yo no tenía ningún

problema en aumentar la producción de petróleo y gas de Estados Unidos

para reducir nuestra dependencia de las importaciones de petroestados

como Rusia y Arabia Saudí.

Sobre todo, mi decisión de permitir nuevas perforaciones de exploración

era un intento desesperado de salvaguardar nuestra legislación sobre el

cambio climático, que entonces se encontraba en terapia intensiva. El otoño

anterior, cuando el senador republicano Lindsey Graham aceptó ayudarnos

a diseñar un proyecto de ley medioambiental para ambos partidos, nos

advirtió de que íbamos a tener que dar algo a cambio para conseguir

suficiente apoyo republicano con el fin de evitar las tácticas dilatorias, y la

autorización de más perforaciones offshore ocupaba el primer lugar de su

lista. Confiando en las palabras de Graham, Joe Lieberman y John Kerry se

pasaron varios meses trabajando con Carol Browner para intentar convencer

a los grupos ecologistas de que el intercambio valía la pena; sostenían que

los riesgos medioambientales de la perforación offshore se habían reducido

gracias a los avances tecnológicos, y que cualquier acuerdo final impediría

la actividad de las petroleras en áreas sensibles como el refugio nacional de

Vida Silvestre del Ártico.

Al menos algunos grupos ecologistas estaban dispuestos a cooperar. Pero

por desagracia a medida que pasaban los meses resultaba cada vez más

evidente que Graham no iba a poder cumplir con su parte del trato. No es

que no lo intentara. Trabajó para que las petroleras aceptaran el acuerdo y

buscó a republicanos moderados, como Susan Collins y Olympia Snowe, y

a senadores de estados petroleros como Lisa Murkowski, de Alaska, con la

esperanza de que copatrocinaran el proyecto de ley. Pero no importaban las

concesiones que Kerry y Lieberman estuvieran dispuestos a hacer, Graham

no logró involucrar a nadie en el caucus republicano. El precio político de

cooperar con mi Administración seguía siendo demasiado alto.

El propio Graham había empezado a pagar un precio por trabajar en el

proyecto de ley medioambiental, tanto por parte de los votantes como de los

medios. Sus exigencias para seguir trabajando en el proyecto aumentaron,

lo que hizo que para Kerry fuera más difícil que retener a los grupos

ecologistas. Hasta el anuncio de que estábamos preparando el terreno para

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