Una-tierra-prometida (1)
—entre las que había una mejora de la divulgación de las compensacionesde los ejecutivos en las empresas cotizadas, más transparencia en lasagencias calificadoras de riesgo y nuevos mecanismos de recuperación paraprevenir que los ejecutivos de Wall Street se marcharan con millones enbonos como resultado de sus cuestionables prácticas— en realidadmejoraron el proyecto de ley. Gracias a la cooperación entre nuestros dospatrocinadores principales, la reunión para reconciliar las diferencias entrelas versiones del proyecto de ley de la Cámara y del Senado no padeció laspeleas partidistas que se vieron durante las negociaciones sobre sanidad. Ya mediados de julio de 2010, tras una votación de 237 contra 192 en laCámara de Representantes y 60 contra 39 en el Senado (en que tresrepublicanos votaron a favor en cada una de las cámaras) celebramos unaceremonia en la Casa Blanca en la que firmé la Ley Dodd-Frank para lareforma de Wall Street y la Ley de Protección al Consumidor.Fue un triunfo significativo: el cambio de mayor envergadura de lasreglas que dirigían el sector financiero en Estados Unidos desde el NewDeal. La ley tenía imperfecciones y compromisos indeseados, y realmenteno iba a poner fin a todas las actitudes de locura, avaricia, miopía odeshonestidad presentes en Wall Street. Pero al establecer el equivalente deunos «mejores códigos de construcción, detectores de humo y extintores»,como le gustaba describirlo a Tim, la Ley Dodd-Frank controlaría unascuantas prácticas temerarias, daría a los reguladores las herramientas paraapagar los fuegos financieros antes de que se descontrolaran y haría que laescala de futuras crisis fuera mucho menor de la que acabábamos depresenciar. Y en la nueva Oficina para la Protección Financiera delConsumidor, las familias estadounidenses ahora tendrían a un poderosodefensor de su lado. Gracias a su trabajo, podrían contar con un mercado decrédito más justo y transparente, además de ahorros reales si queríanconstruir una casa, enfrentarse a una emergencia familiar, mandar a sushijos a la universidad o planear su jubilación.Pero si mi equipo y yo podíamos enorgullecernos de lo que habíamoslogrado, también teníamos que reconocer lo que se había hecho evidenteantes de que se firmara el proyecto de ley: las reformas históricas de la LeyDodd-Frank no nos iban a dar un empujón político. A pesar de los valientesesfuerzos de Favs y del resto del equipo que redactaba mis discursos, eradifícil hacer que «centros de compensación de derivados» y «prohibicionesde operar por cuenta propia» sonaran transformadoras. La mayoría de las
mejoras introducidas por la ley seguirían siendo invisibles para la gente;más una cuestión de prevención de malos resultados que un logro debeneficios tangibles. La idea de una agencia del consumidor para losproductos financieros fue popular entre los votantes, pero la Oficina para laProtección Financiera del Consumidor tardó un tiempo en consolidarse, y lagente estaba esperando la ayuda directamente. Con los conservadoresdenunciando la legislación como si se tratara de una garantía para futurosrescates financieros u otro paso más hacia el socialismo, y con losprogresistas descontentos con que no hubiésemos hecho más para reformarlos bancos, era fácil que los votantes concluyeran que el ruido y la furia dela Ley Dodd-Frank no significaba más que el habitual barullo deWashington; sobre todo porque, cuando se aprobó, la gente solo queríahablar de lo que era un enorme agujero que borboteaba en el fondo delocéano.
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de los ejecutivos en las empresas cotizadas, más transparencia en las
agencias calificadoras de riesgo y nuevos mecanismos de recuperación para
prevenir que los ejecutivos de Wall Street se marcharan con millones en
bonos como resultado de sus cuestionables prácticas— en realidad
mejoraron el proyecto de ley. Gracias a la cooperación entre nuestros dos
patrocinadores principales, la reunión para reconciliar las diferencias entre
las versiones del proyecto de ley de la Cámara y del Senado no padeció las
peleas partidistas que se vieron durante las negociaciones sobre sanidad. Y
a mediados de julio de 2010, tras una votación de 237 contra 192 en la
Cámara de Representantes y 60 contra 39 en el Senado (en que tres
republicanos votaron a favor en cada una de las cámaras) celebramos una
ceremonia en la Casa Blanca en la que firmé la Ley Dodd-Frank para la
reforma de Wall Street y la Ley de Protección al Consumidor.
Fue un triunfo significativo: el cambio de mayor envergadura de las
reglas que dirigían el sector financiero en Estados Unidos desde el New
Deal. La ley tenía imperfecciones y compromisos indeseados, y realmente
no iba a poner fin a todas las actitudes de locura, avaricia, miopía o
deshonestidad presentes en Wall Street. Pero al establecer el equivalente de
unos «mejores códigos de construcción, detectores de humo y extintores»,
como le gustaba describirlo a Tim, la Ley Dodd-Frank controlaría unas
cuantas prácticas temerarias, daría a los reguladores las herramientas para
apagar los fuegos financieros antes de que se descontrolaran y haría que la
escala de futuras crisis fuera mucho menor de la que acabábamos de
presenciar. Y en la nueva Oficina para la Protección Financiera del
Consumidor, las familias estadounidenses ahora tendrían a un poderoso
defensor de su lado. Gracias a su trabajo, podrían contar con un mercado de
crédito más justo y transparente, además de ahorros reales si querían
construir una casa, enfrentarse a una emergencia familiar, mandar a sus
hijos a la universidad o planear su jubilación.
Pero si mi equipo y yo podíamos enorgullecernos de lo que habíamos
logrado, también teníamos que reconocer lo que se había hecho evidente
antes de que se firmara el proyecto de ley: las reformas históricas de la Ley
Dodd-Frank no nos iban a dar un empujón político. A pesar de los valientes
esfuerzos de Favs y del resto del equipo que redactaba mis discursos, era
difícil hacer que «centros de compensación de derivados» y «prohibiciones
de operar por cuenta propia» sonaran transformadoras. La mayoría de las