Una-tierra-prometida (1)
Chris Dodd, por su parte, parecía el tipo más exitoso de Washington.Siempre impecablemente vestido, con su pelo canoso tan brillante como elde un presentador de noticias, siempre dispuesto a difundir un chisme deCapitol Hill o un relato fantástico irlandés, había crecido en el mundo de lapolítica; su padre fue senador de Estados Unidos, uno de los mejoresamigos de Ted Kennedy y amigo de un gran número de integrantes degrupos de interés de la industria a pesar de su historial de voto liberal.Entablamos una agradable relación cuando yo estaba en el Senado, basadaen parte en el reconocimiento bienhumorado de Chris respecto a lo absurdode aquel lugar («Esto no te ha parecido justo, ¿verdad?», me decíaguiñándome el ojo después de que algún colega hiciera una apasionadadefensa de un proyecto de ley que trataba de socavar activamente entrebambalinas). Pero estaba orgulloso de su efectividad como legislador, yhabía sido en su momento uno de los agentes más activos en leyes de unimpacto tan poderoso como la Ley de Licencia Médica Familiar.Juntos hacían un equipo fantástico, ambos perfectamente dotados para laspolíticas de su cámara. En la Cámara de Representantes, una mayoríademócrata dominante implicaba que nunca se pondría en cuestión unproyecto de ley para una reforma financiera. En vez de eso, nuestra tareaprincipal era mantener a nuestros socios demócratas bien encaminados.Barney no solo controlaba con gran destreza los detalles legislativos;también tenía suficiente credibilidad dentro del caucus demócrata paramoderar las demandas poco prácticas de los compañeros más progresistas,así como para ejercer influencia a la hora de evitar los esfuerzos de losdemócratas más transaccionales para diluir la legislación en favor deintereses especiales. En el Senado, donde necesitábamos todos los votosque pudiéramos lograr, el trato paciente de Chris y la intención de llegarhasta al más recalcitrante de los republicanos ayudó a suavizar los nerviosde los demócratas conservadores, y generó también una vía muy útil paralos grupos de interés del sector financiero que se oponían al proyecto de ley,pero se fiaban de Chris.A pesar de esas dificultades, sacar adelante lo que acabó conociéndosecomo la Ley Dodd-Frank implicó el mismo tipo de táctica de fabricación desalchichas que había sido necesaria para que se aprobara el proyecto de leyde sanidad, con toda una ráfaga de compromisos que casi siempre medejaban furioso cuando me quedaba a solas. A pesar de nuestra fuerteobjeción, los vendedores de coches lograron una exención en nuestra
supervisión para una agencia de la defensa del consumidor: habíadistribuidores importantes en todos los distritos del Congreso y muchos deellos se consideraban pilares de la comunidad por su patrocinio de equiposen pequeñas ligas o sus donaciones a hospitales locales, hasta el demócratamás a favor de la regulación temía una posible reacción en contra. Nuestroesfuerzo por reducir el número de agencias reguladoras que supervisaran elsistema financiero tuvo una vergonzosa muerte; cada una de las agenciasestaba sujeta a la jurisdicción de un comité del Congreso distinto (laComisión de Negociación de Futuros de Productos Básicos, por ejemplo,rendía cuentas ante los comités de la Cámara y del Senado sobreagricultura), y los presidentes demócratas de los comités se resistieron confiereza a la idea de abandonar su influencia sobre cierta parte del sectorfinanciero. Como le explicó Barney a Tim, podíamos consolidar laComisión de Bolsa y Valores y la Comisión de Negociación de Futuros deProductos Básicos: «solo que no en Estados Unidos».En el Senado, donde la necesidad de lograr el umbral de sesenta votospara evitar el filibusterismo otorgaba poder a cada senador, nos vimosobligados a discutir todo tipo de peticiones privadas. El republicano ScottBrown, reciente vencedor de una campaña en la que le había reprochado aHarry Reid sus «pactos por la espalda» para conseguir que se aprobara elproyecto de ley de sanidad, mostró su inclinación a votar a favor de lareforma de Wall Street, pero no sin un trato propio; nos preguntó sipodíamos hacer una excepción con un par de bancos de Massachusetts paralas nuevas regulaciones. No lo decía con ironía. Un grupo de demócratas deizquierdas incluyeron con gran ostentación una enmienda que asegurabanque haría que las restricciones de la regla Volcker para las operaciones porcuenta propia fuese aún más dura. Pero cuando leías la letra pequeña, suenmienda estaba repleta de tecnicismos a favor de un batiburrillo deintereses —sobre el sector de los seguros, inversiones inmobiliarias,créditos, etcétera, etcétera— que suponían grandes negocios en los estadosconcretos de esos senadores.«Otro día más en el mejor cuerpo deliberativo del mundo», decía Chris.Por momentos me sentía como el pescador de El viejo y el mar deHemingway, con tiburones devorando mi pesca mientras trataba de llevarlaa la costa. Pero a medida que iban pasando las semanas, la esencia denuestra reforma sobrevivió considerablemente intacta al proceso de lasenmiendas. Ciertas estipulaciones incluidas por los miembros del Congreso
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Chris Dodd, por su parte, parecía el tipo más exitoso de Washington.
Siempre impecablemente vestido, con su pelo canoso tan brillante como el
de un presentador de noticias, siempre dispuesto a difundir un chisme de
Capitol Hill o un relato fantástico irlandés, había crecido en el mundo de la
política; su padre fue senador de Estados Unidos, uno de los mejores
amigos de Ted Kennedy y amigo de un gran número de integrantes de
grupos de interés de la industria a pesar de su historial de voto liberal.
Entablamos una agradable relación cuando yo estaba en el Senado, basada
en parte en el reconocimiento bienhumorado de Chris respecto a lo absurdo
de aquel lugar («Esto no te ha parecido justo, ¿verdad?», me decía
guiñándome el ojo después de que algún colega hiciera una apasionada
defensa de un proyecto de ley que trataba de socavar activamente entre
bambalinas). Pero estaba orgulloso de su efectividad como legislador, y
había sido en su momento uno de los agentes más activos en leyes de un
impacto tan poderoso como la Ley de Licencia Médica Familiar.
Juntos hacían un equipo fantástico, ambos perfectamente dotados para las
políticas de su cámara. En la Cámara de Representantes, una mayoría
demócrata dominante implicaba que nunca se pondría en cuestión un
proyecto de ley para una reforma financiera. En vez de eso, nuestra tarea
principal era mantener a nuestros socios demócratas bien encaminados.
Barney no solo controlaba con gran destreza los detalles legislativos;
también tenía suficiente credibilidad dentro del caucus demócrata para
moderar las demandas poco prácticas de los compañeros más progresistas,
así como para ejercer influencia a la hora de evitar los esfuerzos de los
demócratas más transaccionales para diluir la legislación en favor de
intereses especiales. En el Senado, donde necesitábamos todos los votos
que pudiéramos lograr, el trato paciente de Chris y la intención de llegar
hasta al más recalcitrante de los republicanos ayudó a suavizar los nervios
de los demócratas conservadores, y generó también una vía muy útil para
los grupos de interés del sector financiero que se oponían al proyecto de ley,
pero se fiaban de Chris.
A pesar de esas dificultades, sacar adelante lo que acabó conociéndose
como la Ley Dodd-Frank implicó el mismo tipo de táctica de fabricación de
salchichas que había sido necesaria para que se aprobara el proyecto de ley
de sanidad, con toda una ráfaga de compromisos que casi siempre me
dejaban furioso cuando me quedaba a solas. A pesar de nuestra fuerte
objeción, los vendedores de coches lograron una exención en nuestra