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Una-tierra-prometida (1)

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sistema cuando colapsó el mercado de las hipotecas subprime . Los

derivados financieros tenían usos legítimos; muchas compañías los

empleaban para cubrir su riesgo frente a los vaivenes del valor de la

moneda o los precios de las materias primas. Pero también ofrecían a los

agentes más irresponsables algunas de sus mayores oportunidades de hacer

apuestas elevadas que ponían todo el sistema en peligro. Nuestras reformas

llevarían la mayor parte de esas transacciones a un mercado público,

permitiendo unas reglas más claras y una mayor supervisión.

El peso de aquellas propuestas era muy técnico, e implicaba aspectos del

sistema financiero que quedaban fuera de la escena pública. Pero había un

elemento final en nuestro borrador de legislación que tenía menos que ver

con las altas finanzas y más con la vida cotidiana de la gente. La crisis de

Wall Street no podría haber sucedido sin la explosión de las hipotecas

subprime . Y aunque muchos de esos préstamos se otorgaron a sofisticados

solicitantes —aquellos que comprendían los riesgos que implicaban unas

tasas de hipotecas adaptables y unas cuotas finales con las que especularon

con los apartamentos de Florida o compraron casas de vacaciones en

Arizona—, un porcentaje mayor se promocionaron y vendieron a familias

de clase trabajadora, muchas de ellas negras e hispanas, gente que creía que

por fin estaba accediendo al sueño americano y que acabaron viendo cómo

la ejecución de las hipotecas les arrebataba sus casas y sus ahorros.

El fracaso a la hora de proteger a los consumidores de unas prácticas de

préstamos fraudulentas y engañosas no se limitaba a las hipotecas.

Permanentemente cortos de efectivo, sin importar lo duro que trabajaran,

había millones de estadounidenses que se veían sometidos una y otra vez a

unas tasas de interés exorbitantes, tarifas ocultas o tratos abiertamente

nefastos en manos de emisores de tarjetas de crédito, prestamistas (muchos

de ellos discretamente financiados o propiedad de bancos de primera línea),

vendedores de coches usados, aseguradoras de mala calidad, minoristas que

vendían muebles a plazos o proveedores de rehipotecas. Con frecuencia se

veían sumidos en una espiral descendente de deuda, impagos, pequeños

créditos y embargos que les dejaban en un pozo aún más oscuro del que

habían salido. Por todo el país, esas sospechosas prácticas de la industria

financiera acrecentaron la desigualdad, redujeron la movilidad social y

produjeron los tipos de burbuja de deuda oculta que hacían que la economía

fuera más vulnerable a las perturbaciones importantes.

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