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Una-tierra-prometida (1)

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Por motivos parecidos, el crecimiento del sector financiero no bancario

provocaba que la distinción entre bancos de inversión y bancos comerciales

asegurados por la Corporación Federal de Seguro de Depósitos ya hubiera

quedado obsoleta hacía mucho. Los mayores apostadores en los depósitos

de las hipotecas subprime —AIG, Lehman, Bear o Merrill, al igual que

Fannie y Freddie— no eran bancos comerciales respaldados por garantías

federales. De todas formas, los inversores no se habían preocupado de que

no hubiera garantías y habían puesto tanto dinero en ellas que el sistema

financiero completo se vio amenazado cuando empezaron a fallar. A la

inversa, los bancos tradicionales asegurados por la Corporación Federal de

Seguro de Depósitos, como el Washington Mutual y el IndyMac, no se

metieron en problemas al comportarse como los bancos de inversión y

respaldar títulos sobrevalorados y generar toneladas de hipotecas subprime

para compradores no cualificados que les permitían aumentar así sus

ganancias. Dada la facilidad con la que ahora el capital podía fluir entre

varias entidades financieras en busca de retornos más elevados, estabilizar

el sistema requería que nos centráramos en las prácticas más arriesgadas

que pretendíamos reducir, más que en el tipo de institución que implicaban.

Y la política entraba en juego. No estábamos ni cerca de contar con los

votos en el Senado ni para revivir la Ley Glass-Steagall ni para aprobar una

legislación de reducción del tamaño de los bancos estadounidenses, igual

que no habíamos tenido los votos para un sistema sanitario de pagador

único. Incluso en la Cámara, los demócratas se mostraban asustadizos ante

cualquier posibilidad de extralimitarse, sobre todo si provocaba que los

mercados financieros se apretaran de nuevo el cinturón y empeorara la

economía. «Mis electores ahora odian Wall Street, señor presidente —me

dijo un congresista demócrata—, pero tampoco se apuntarían a una

demolición total.» Puede que Roosevelt hubiese tenido en cierta ocasión un

cheque en blanco de los votantes para probar cualquier cosa, incluida una

reestructuración del capitalismo estadounidense después de tres

desgarradores años de depresión, pero nuestro mandato para el cambio era

mucho más reducido, también en parte porque habíamos impedido que la

situación empeorara aún más. Nuestra mejor baza para ampliarlo, pensé, era

apuntarnos unas cuantas victorias mientras pudiéramos.

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