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Una-tierra-prometida (1)

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acusaciones de la izquierda frente al statu quo . En vez de distribuir con

eficiencia el capital para poder usarlo, Wall Street funcionaba en realidad

como un casino de un billón de dólares; sus descomunales ganancias y

bonificaciones dependían demasiado de un apalancamiento y una

especulación aún mayores. Su obsesión con las ganancias trimestrales había

deformado la toma de decisiones corporativas y favorecido las tácticas

cortoplacistas. Sin ataduras geográficas, indiferentes al impacto de la

globalización sobre comunidades y trabajadores concretos, los mercados

financieros habían ayudado a acelerar la deslocalización de los trabajos y la

concentración de riqueza en un puñado de ciudades y sectores económicos,

dejando enormes franjas del país sin dinero, talento ni esperanza.

Unas políticas importantes y audaces podían tener un efecto en esos

problemas, muchos de los cuales tenían que ver con volver a redactar el

código tributario, reforzar leyes laborales y cambiar las reglas del gobierno

corporativo. Esos tres elementos ocupaban los primeros puestos de mi lista

de tareas pendientes.

Pero cuando llegó el momento de regular los mercados financieros de la

nación para conseguir que el sistema fuera más estable, la receta de la

izquierda se equivocaba. Las evidencias no demostraban que una limitación

del tamaño de los bancos de Estados Unidos hubiese podido prevenir una

crisis como esa o la necesidad de la intervención federal una vez que el

sistema empezó a derrumbarse. Aunque los activos de JPMorgan eran

mucho mayores que los de Bear Stearns y Lehman Brothers, eran estas

empresas más pequeñas las que habían instaurado el pánico mediante

apuestas muy apalancadas en el mercado de hipotecas subprime . La última

crisis financiera importante en Estados Unidos, en los años ochenta, no

había implicado a los grandes bancos en absoluto; el sistema se había

tambaleado por un aluvión de préstamos de alto riesgo realizado por miles

de asociaciones de préstamos pequeñas y pobremente capitalizadas en

pequeñas ciudades y pueblos de todo el país. Dado el alcance de sus

operaciones, pensamos que tenía sentido que los reguladores sometieran a

los superbancos como el Citi o el Bank of America a un escrutinio especial;

pero reducir sus activos a la mitad no lograría eso. Y como el sector

bancario de la mayoría de los países europeos y asiáticos estaban más

concentrados que en nuestro país, limitar el tamaño de los bancos les dejaría

en gran desventaja en el mercado internacional, y tampoco eliminaría todos

los riesgos del sistema.

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