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Una-tierra-prometida (1)

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lo que habíamos hecho por salvarlos de las llamas (la acusación de que yo

era «antinegocios» se había convertido en un rasgo habitual de la prensa

financiera). Todo lo contrario, veían nuestros esfuerzos por reforzar las

regulaciones sobre sus operaciones como una carga inaceptable, cuando no

abiertamente ofensiva. Conservaron también una de las operaciones de

grupos de interés más poderosas de Washington, con apoyos influyentes en

todos los estados y grandes carteras para repartir importantes donaciones en

ambos partidos.

Más allá de la oposición total de los bancos, teníamos que enfrentarnos a

la pura complejidad de intentar regular un sistema financiero moderno.

Atrás quedaban los días en los que la mayor parte del dinero estadounidense

hacía un sencillo recorrido circular en el que los bancos cogían los

depósitos de sus clientes y los usaban para otorgar préstamos a familias y

empresas. Ahora había billones de dólares cruzando múltiples fronteras en

un abrir y cerrar de ojos. Los activos de operadores financieros no

tradicionales, como los hedge funds y las empresas de capital riesgo

privadas, competían con los de muchos bancos, mientras que las

operaciones por ordenador y los productos exóticos como los derivados

financieros tenían el poder de crear o destruir mercados. En Estados

Unidos, la vigilancia de ese difuso sistema se dividía entre una diversidad

de agencias federales (la Reserva Federal, el Tesoro, la Corporación Federal

de Seguro de Depósitos, la Comisión de Bolsa y Valores, la Comisión de

Negociación de Futuros de Productos Básicos, la Oficina del Controlador

de la Moneda), muchas de las cuales funcionaban de forma independiente y

protegían su territorio con fiereza. Una reforma efectiva significaba unificar

a esos distintos agentes en un mismo marco regulatorio, e implicaba

también sincronizar los esfuerzos de Estados Unidos con aquellos que

establecían las regulaciones en otros países para que las compañías no

pudieran hacer sus transacciones sin más a cuentas internacionales

pretendiendo evitar reglas más severas.

Finalmente, teníamos que lidiar también con las graves diferencias dentro

del Partido Demócrata tanto sobre la formulación como sobre el sentido de

la reforma. Para aquellos que se inclinaban más hacia el centro político

(entre ellos Tim, Larry y la mayoría de los demócratas del Congreso) la

crisis reciente había revelado unos defectos serios pero corregibles en un

sistema financiero por lo demás sólido. El estatus de Wall Street como

centro financiero más importante del mundo dependía del crecimiento y la

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