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Una-tierra-prometida (1)

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Rahm pensaba que tenía la fórmula para recuperar el ímpetu político. La

crisis de Wall Street había puesto de manifiesto un fallo en el sistema para

regular los mercados financieros, y durante la transición le pedí a nuestro

equipo económico que desarrollara reformas legislativas que lograran que

fuese menos probable una nueva crisis en el futuro. Según Rahm, cuanto

antes tuviéramos redactado un proyecto de ley de «reforma de Wall Street»

listo para votar, mejor.

«Eso nos pondría de nuevo del lado de los ángeles —dijo—. Y si los

republicanos tratan de bloquearlo, se lo metemos por el culo.»

Había razones para esperar que Mitch McConnell se opondría a nuevas

normas financieras. Al fin y al cabo, había hecho carrera a fuerza de

oponerse a todas y cada una de las regulaciones del Gobierno (leyes

medioambientales, laborales, de seguridad en el trabajo, sobre financiación

de campañas, de protección del consumidor) que pudieran impedir que las

empresas de Estados Unidos hicieran lo que les diera la maldita gana. Pero

McConnell también entendía los riesgos políticos de la situación —los

votantes aún asociaban el Partido Republicano a las grandes empresas y a

los multimillonarios con yates— y no tenía intención de que la habitual

postura antirregulación de su partido se interpusiera en su búsqueda de la

mayoría en el Senado. Así las cosas, y a pesar de que no ocultaba su

intención de boicotear mi programa en todas las ocasiones posibles, tarea

que se había vuelto más sencilla gracias a la victoria de Scott Brown en su

carrera para el Senado de Massachusetts al privar a los demócratas del

decimosexto voto, le informó a Tim en una reunión en su despacho en

Capitol Hill que haría una excepción con la reforma de Wall Street.

—Va a votar en contra de todo lo que propongamos —nos dijo Tim al

regresar de la reunión— y lo mismo hará la mayoría de su caucus. Pero dice

que tendríamos que poder encontrar unos cinco republicanos que nos

apoyen y que él no hará nada para detenerles.

—¿Algo más? —pregunté.

—Solo que la obstrucción les funciona —dijo Tim—. Parece encantado

de haberla conocido.

La concesión de McConnell al estado de ánimo general era significativa,

pero eso no implicaba que fuera sencillo que el Congreso aprobara la

reforma de Wall Street. Los ejecutivos del sector bancario seguían sin

demostrar ningún remordimiento por el caos económico que habían

provocado. Los banqueros tampoco mostraban demasiada gratitud por todo

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