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Una-tierra-prometida (1)

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Francia, a veces no solo rechazaron con brusquedad las políticas del

Gobierno griego sino que se aventuraron a hacer acusaciones más amplias

sobre su pueblo; la relajada forma en que se tomaban el trabajo o su manera

de tolerar la corrupción y considerar las responsabilidades más elementales,

como pagar los propios impuestos, como algo meramente opcional. Como

escuché decir una vez a dos altos funcionarios de la Unión Europea

mientras me lavaba las manos en el baño durante la cumbre del G8: «No

piensan como nosotros».

Los líderes como Merkel y Sarkozy estaban demasiado dedicados a la

unidad europea como para caer en esos estereotipos, pero sus políticas

demostraban que procedían con cautela a la hora de aceptar cualquier plan

de rescate. Me di cuenta de que rara vez mencionaban que los bancos

franceses y alemanes eran algunos de los mayores prestamistas de Grecia, o

que buena parte de la deuda acumulada por esta se había producido por la

compra de exportaciones alemanas y francesas; hechos que habrían

aclarado a los votantes por qué salvar a los griegos de la suspensión de

pagos equivalía a salvar sus propios bancos e industrias. Tal vez les

asustaba que reconocer algo así alejara la atención de los votantes de la

acumulación de errores del Gobierno griego y les hiciera ver los errores de

los funcionarios franceses y alemanes que supervisaron esos préstamos de

sus bancos. O tal vez les asustaba que si sus votantes llegaban a comprender

por completo las implicaciones subyacentes tras la integración europea —la

forma en que el destino de sus economías estaba ligado para bien y para

mal al de unas personas que no eran «como nosotros»— probablemente no

les habría entusiasmado.

A principios de mayo los mercados financieros estaban tan mal que los

líderes europeos tuvieron que afrontar la realidad. Aceptaron un préstamo

conjunto de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional que

permitiera a Grecia asumir sus deudas durante los tres años siguientes. El

paquete incluía medidas de austeridad que todos los implicados sabían que

sería demasiado oneroso poner en marcha para el Gobierno griego, pero que

al menos daba a otros gobiernos de la Unión la cobertura política que

necesitaban para aprobar el acuerdo. Un poco más tarde, ese mismo año, los

países de la eurozona aprobaron un cortafuegos también provisional, de la

escala que Tim había sugerido y sin el requisito del obligatorio «recorte».

Los mercados financieros europeos se comportaron como una montaña rusa

durante todo 2010, y la situación siguió siendo peligrosa no solo en Grecia

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