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Una-tierra-prometida (1)

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de deuda se convirtiera en un cartucho de dinamita con la mecha encendida

en una fábrica de municiones. Al ser miembro del mercado común de la

Unión Europea, donde múltiples personas y empresas trabajaban, viajaban y

comerciaban guiados por un conjunto unificado de regulaciones y sin

fronteras nacionales, los problemas económicos de Grecia migraron con

facilidad. Algunos bancos de otros países de la Unión Europea eran sus

mayores acreedores. El país heleno era también una de las dieciséis

naciones que habían adoptado el euro, lo que significaba que no tenían una

moneda propia que devaluar, ni podían adoptar soluciones monetarias

independientes. Sin un paquete de rescate inmediato y a gran escala por

parte de sus compañeros de la eurozona, Grecia podía llegar a no tener más

remedio que retirarse de la moneda común, un paso sin precedentes que

tendría unas ramificaciones económicas inciertas. Los temores del mercado

sobre Grecia ya habían producido grandes alzas en las primas de riesgo que

estaban recayendo sobre Irlanda, Portugal, Italia y España para cubrir su

enorme deuda. A Tim le preocupaba que una posible suspensión de pagos

de Grecia o su salida de la eurozona llevara a los mercados de capital más

asustadizos a un corte efectivo de crédito también para los países más

grandes, suponiendo un golpe para el sistema financiero tan nefasto o

incluso peor que el que acabábamos de superar.

«¿Es solo sensación mía —pregunté a Tim después de exponer varios

escenarios de terror— o estamos teniendo dificultades para conseguir un

respiro?»

Y así, de la nada, el hecho de que Grecia se estabilizara se convirtió en

una de nuestras prioridades económicas y de política exterior. Durante

encuentros cara a cara y en conversaciones por teléfono, esa primavera Tim

y yo tratamos de ejercer presión para que el Banco Central Europeo y el

Fondo Monetario Internacional generaran un paquete de rescate lo bastante

robusto para tranquilizar a los mercados y permitir que el país heleno

pagara sus deudas, mientras ayudábamos al nuevo Gobierno a idear un plan

realista para reducir el déficit estructural del país y volver al crecimiento.

Para proteger al resto de Europa de un posible efecto contagio,

recomendamos también a los países europeos que instauraran un

«cortafuegos» creíble: básicamente, un fondo colectivo de suficiente peso

como para dar a los mercados de capitales la confianza de que, en una

situación de emergencia, la eurozona respaldaría las deudas de sus

miembros.

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