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Una-tierra-prometida (1)

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embargo, Cameron se mantenía cercano a la ortodoxia del libre mercado y

había prometido a sus votantes que su programa de reducción de déficit y

recortes del gasto público —junto a una reforma regulatoria y una

expansión del comercio— conduciría a una nueva era de la competitividad

británica.

En lugar de eso, como era de prever, la economía británica cayó en una

recesión aún más profunda.

La tozuda asunción de la austeridad por parte de los líderes europeos

clave, a pesar de todas las evidencias, fue más que frustrante. Pero dada la

cantidad de asuntos que consumían mi atención en ese momento, la

situación europea no me quitó el sueño. Todo eso empezó a cambiar en

febrero de 2010, cuando una enorme crisis de deuda de Grecia amenazó con

desarmar la Unión Europea, y nos llevó a mi equipo económico y a mí a

pelear para evitar lo que podía convertirse en otra ola global de pánico

financiero.

Los problemas económicos de Grecia no eran nuevos. Desde hacía

décadas el país estaba asolado por la baja productividad, un sector público

hinchado e ineficiente, una evasión fiscal masiva y unas pensiones

insostenibles. A pesar de eso, durante la década del 2000, a los mercados de

capital internacional no les había importado financiar el déficit griego en

claro ascenso, más o menos del mismo modo que no les había importado

financiar un montón de hipotecas subprime por todo Estados Unidos. Al

comienzo de la crisis de Wall Street, esa actitud se volvió menos generosa.

Cuando el nuevo Gobierno griego anunció que su último déficit

presupuestario había excedido con mucho sus estimaciones previas, las

acciones de los bancos europeos cayeron y los prestamistas internacionales

se opusieron a dejar más dinero a Grecia. El país se tambaleó de pronto al

borde de la suspensión de pagos.

Por lo general, la perspectiva de que un país pequeño no pague sus

deudas a tiempo tendría un efecto limitado fuera de sus fronteras. El PIB de

Grecia es más o menos como el de Maryland, y otros países que se habían

enfrentado a problemas semejantes normalmente habían podido sacar

adelante un acuerdo con sus acreedores y el Fondo Monetario Internacional

que les había permitido reestructurar su deuda manteniendo su credibilidad

internacional para volver a ponerse en pie.

Pero en 2010 las condiciones económicas no eran normales. El vínculo

entre Grecia y una ya tambaleante Europa hicieron que su serio problema

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