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Una-tierra-prometida (1)

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que el Gobierno tenía la situación bajo control. También comprendió que en

una crisis la gente necesitaba un relato que diera sentido a sus penurias y se

dirigiera a sus emociones; un relato moral con unos buenos y unos malos,

así como una trama que se pudiera seguir con facilidad.

En otras palabras, Roosevelt comprendió que, para ser efectiva, la

gobernanza no podía ser tan aséptica que dejara a un lado la esencia de la

política: la de que tenías que vender tu programa, recompensar a quienes te

habían apoyado, devolver el golpe a los oponentes y amplificar los hechos

que ayudaban a la causa al mismo tiempo que se disimulaban los que no lo

hacían. Me descubrí preguntándome si habíamos convertido una virtud en

vicio; si, atrapado en mi propio moralismo, había fracasado a la hora de

ofrecer a los estadounidenses un relato en el que pudieran creer; y si, tras

haber cedido a mis críticos el relato político, iba a poder recuperarlo.

Después de más de un año de constantes malas cifras económicas,

finalmente tuvimos un destello de esperanza: el informe laboral de marzo

de 2010 mostró que la economía había generado 162.000 nuevos puestos de

trabajo; el primer mes de crecimiento significativo desde 2007. Cuando

Larry y Christy Romer entraron en el despacho Oval para darme la noticia,

les di un abrazo y les nombré «empleados del mes».

—¿Nos va a poner una placa por esto, señor presidente? —preguntó

Christy.

—No podemos permitirnos una placa —respondí—, pero podéis alardear

delante del resto del equipo.

Los informes de abril y de mayo también fueron positivos, nos ofrecían

la tentadora posibilidad de que la recuperación tal vez estuviera tomando

velocidad. Nadie en la Casa Blanca pensaba que una tasa de paro de más

del 9 por ciento mereciera un desfile triunfal, pero todos coincidíamos en

que tenía sentido tanto político como económico empezar a proyectar con

más énfasis una inercia positiva en mis discursos. Incluso empezamos a

planear una gira por todo el país para principios del verano, donde resaltaría

la recuperación de algunas comunidades y a las empresas que estuvieran

contratando de nuevo. Lo llamaríamos el «verano de la recuperación».

Pero entonces Grecia implosionó.

Aunque la crisis financiera se había originado en Wall Street su impacto

en toda Europa había sido igual de duro. Meses después de que la economía

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