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Una-tierra-prometida (1)

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detención de la Bahía de Guantánamo. Y al igual que otras meteduras de

pata y errores no forzados que sucedieron durante mi primer año, aquello

contribuyó sin duda a mi caída en los sondeos. Sin embargo, según Axe,

que se pasaba el día analizando datos políticos comparando categorías de

partido, edad, raza, género, geografía y Dios sabe qué más, mi decreciente

fortuna política a las puertas del 2010 se podía rastrear en un factor

predominante.

La economía seguía siendo un asco.

Sobre el papel, nuestras medidas de emergencia —junto a las

intervenciones de la Reserva Federal— parecían estar funcionando. El

sistema financiero estaba en marcha y los balances bancarios estaban

camino de arreglarse. Los precios de las viviendas, a pesar de estar aún

lejos de sus puntos más altos, al menos se habían estabilizado, y las ventas

de coches en Estados Unidos habían empezado a aumentar. Gracias a la Ley

de Recuperación se había incrementado un poco el gasto de los hogares y

las empresas; por su parte, los estados y las ciudades habían reducido

(aunque sin que se llegaran a interrumpir) los despidos de profesores,

policías y otros funcionarios. Por todo el país se estaban poniendo en

marcha grandes proyectos de construcción, retomando algunas cosas que se

habían quedado estancadas como resultado del colapso del sector

inmobiliario. Joe Biden y su jefe de gabinete, mi antiguo entrenador de

debate Ron Klain, habían hecho un excelente trabajo supervisando el flujo

de dólares del estímulo; Joe dedicaba a menudo muchos momentos del día a

coger el teléfono y abroncar a los cargos estatales y locales con proyectos

que iban retrasados o que no estaban enviando la documentación pertinente.

Como resultado de sus esfuerzos se hizo una auditoría y resultó que solo el

0,2 por ciento del dinero de la Ley de Recuperación se había gastado

inapropiadamente, una estadística que envidiaría hasta la empresa privada

mejor dirigida, sobre todo considerando las cantidades de dinero y el

número de proyectos implicados.

Aun así, para los millones de estadounidenses que luchaban contra las

repercusiones de la crisis, la sensación era que las cosas iban a peor, no a

mejor. Todavía existía el riesgo de que perdieran sus hogares en una

ejecución de hipoteca. Tenían sus ahorros menguados, cuando no se los

habían gastado todos. Y lo más preocupante era que seguían sin encontrar

trabajo.

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