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Una-tierra-prometida (1)

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cuenta de que, a pesar de todo el poder asociado al cargo que ocupaba,

siempre habría un abismo entre lo que sabía que había que hacer para lograr

un mundo mejor y lo que en un día, semana o año me veía capaz de lograr

en la práctica.

Cuando aterrizamos, la tormenta prevista ya había llegado a Washington,

y las nubes bajas dejaban caer una mezcla constante de nieve y lluvia

gélida. En ciudades del norte como Chicago, ya habrían salido las máquinas

quitanieves a retirar la nieve de las calzadas y esparcir sal, pero hasta un

asomo de nieve solía paralizar la zona de Washington, claramente mal

equipada, se cerraban las escuelas y se producían embotellamientos de

tráfico. El mal tiempo nos impidió volar en el Marine One, y la comitiva

tardó más tiempo del habitual en recorrer las calles heladas hasta llegar a la

Casa Blanca.

Era ya tarde cuando entré en la residencia. Michelle estaba en la cama,

leyendo. Le conté cómo había ido mi viaje y le pregunté por las niñas.

—Están muy ilusionadas con la nieve —me contestó—, aunque yo no

tanto. —Me miró con una sonrisita comprensiva—. Seguro que Malia te

preguntará en el desayuno si salvaste a los tigres.

Asentí mientras me aflojaba la corbata.

—Estoy trabajando en ello —dije.

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