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Una-tierra-prometida (1)

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—Buena suerte, entonces —añadió, mientras se encogía de hombros,

ladeaba la cabeza, bajaba el labio inferior y elevaba ligeramente las cejas; el

gesto de alguien con experiencia en acometer tareas desagradables pero

necesarias.

Todo el empuje que pudiésemos haber sentido al salir de nuestro

encuentro con los europeos se disipó enseguida en cuanto Hillary y yo

volvimos a nuestra sala de reuniones. Marvin nos informó de que una

terrible tormenta de nieve se estaba desplazando por la costa este, por lo

que, para que llegásemos sanos y salvos a Washington, el Air Force One

tenía que estar en el aire en dos horas y media.

Miré mi reloj.

—¿A qué hora es mi siguiente reunión con Wen?

—Ese es el otro problema, jefe —dijo Marvin—, no encontramos a Wen.

Me explicó que cuando nuestro equipo se había puesto en contacto con

sus homólogos chinos, les habían dicho que Wen iba ya camino del

aeropuerto. Circulaban rumores de que en realidad seguía en el edificio, en

una reunión con los otros líderes que habían estado oponiéndose a que se

supervisasen sus emisiones, pero no habíamos podido confirmarlo.

—Quieres decir que está evitándome.

—Tenemos a gente buscándolo.

Unos minutos más tarde, Marvin volvió para decirnos que habían visto a

Wen y a los líderes de Brasil, India y Sudáfrica en una sala de conferencias

varios pisos más arriba.

—Pues vamos allá —dije, y volviéndome hacia Hillary, pregunté—:

¿cuándo fue la última vez que te colaste en una fiesta?

Se rio.

—Hace tiempo ya —dijo, con aspecto de chica formal que ha decidido

soltarse la melena.

Con una pandilla de ayudantes y de agentes del Servicio Secreto

apresurándose tras nosotros, nos abrimos camino hasta el piso de arriba. Al

final de un largo pasillo encontramos lo que andábamos buscando: una sala

con paredes de cristal, con apenas espacio para una mesa de reuniones,

alrededor de la cual estaban sentados los primeros ministros Wen y Singh

junto a los presidentes Lula y Zuma, además de varios de sus ministros. El

equipo de seguridad chino avanzó para interceptarnos, con las manos

levantadas como si nos ordenasen detenernos, pero dudaron al darse cuenta

de quiénes éramos. Con una sonrisa y una inclinación de cabeza, Hillary y

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