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Una-tierra-prometida (1)

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llevadero, Alyssa Mastromonaco preparó un calendario minimalista según

el cual viajaría a Copenhague tras una jornada completa en el despacho

Oval y pasaría unas diez horas en Dinamarca —el tiempo justo para

pronunciar un discurso y mantener unas pocas reuniones bilaterales con

jefes de Estado— antes de dar media vuelta y volver a casa. Aun así, puede

decirse que no rebosaba entusiasmo cuando embarqué en el Air Force One

para cruzar el Atlántico de noche. Me acomodé en uno de los mullidos

sillones de cuero de la sala de conferencias del avión y pedí un buen vaso

de vodka, con la esperanza de que me ayudase a dormir unas pocas horas,

mientras veía a Marvin toquetear los controles de la gran pantalla de

televisión en busca de un partido de baloncesto.

«¿Alguien se ha parado a pensar —pregunté— la cantidad de dióxido de

carbono que estoy soltando en la atmósfera a consecuencia de estos viajes a

Europa? Estoy bastante seguro de que, entre los aviones, los helicópteros y

las comitivas, tengo la mayor huella de carbono de cualquier persona en

todo el maldito planeta.»

«Mmm... probablemente sea así.» Encontró el partido que buscábamos,

subió el volumen y añadió: «Quizá sea preferible que no lo menciones

mañana en tu discurso».

Cuando llegamos a Copenhague, la mañana era oscura y gélida, y las

carreteras que llevaban hacia la ciudad estaban envueltas en neblina. El

lugar donde se celebraba la conferencia parecía un centro comercial

reconvertido. Nos vimos deambulando por un laberinto de ascensores y

pasillos (en uno de los cuales, por algún motivo incomprensible, había toda

una fila de maniquíes) hasta reunirnos con Hillary y Todd para que nos

pusiesen al tanto de la situación. Como parte de la propuesta de acuerdo

provisional, había autorizado a Hillary a comprometerse a que Estados

Unidos redujese sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 17 por

ciento para 2020, y que destinaría diez mil millones de dólares al Fondo

Verde del Clima, del total de cien mil millones que aportaría la comunidad

internacional, para ayudar a los países pobres en sus esfuerzos de

mitigación y adaptación al cambio climático. Según Hillary, los delegados

de una serie de países habían mostrado interés en nuestra alternativa, pero,

de momento, los europeos seguían optando por un tratado plenamente

vinculante, mientras que China, India y Sudáfrica parecía que se

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