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Una-tierra-prometida (1)

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países hacia algo mínimamente parecido a una dirección común. El perfil

relativamente bajo de Ban también era consecuencia de su estilo discreto y

metódico: una visión nada creativa de la diplomacia que sin duda le había

dado excelentes resultados durante sus treinta y siete años de carrera en el

servicio exterior y el cuerpo diplomático de su Corea del Sur natal, pero que

contrastaba de forma marcada con el refinado carisma de su predecesor en

el cargo, Kofi Annan. No acudías a una reunión con Ban esperando oír

historias fascinantes, comentarios ingeniosos o ideas deslumbrantes. No te

preguntaba cómo estaba tu familia ni contaba detalles de su propia vida

fuera del trabajo, sino que, tras un vigoroso apretón de manos y un repetido

agradecimiento por reunirte con él, Ban se lanzaba de cabeza a una sucesión

de temas a tratar y datos anecdóticos, expresados en un inglés fluido pero

con fuerte acento y empleando la jerga seria y previsible de un comunicado

de la ONU.

A pesar de su falta de chispa, acabé sintiendo afecto y respeto por él. Era

honesto, directo y de un optimismo irreprimible, alguien que en varias

ocasiones se plantó ante la presión de los estados miembros para defender

las reformas que la ONU tanto necesitaba y que de manera instintiva sabía

ponerse del lado correcto en cada asunto, aunque no siempre tuviese la

capacidad de convencer a otros para que hicieran lo mismo. Ban era

también persistente; en particular en la cuestión del cambio climático, que

se había marcado como una de sus prioridades. La primera vez que nos

reunimos en el despacho Oval, menos de dos meses después de que yo

hubiese accedido al cargo, empezó a presionarme para que asistiese a la

cumbre de Copenhague.

«Su presencia, señor presidente —me dijo—, enviará una potentísima

señal sobre la urgente necesidad de la cooperación internacional en relación

con el cambio climático. Potentísima.»

Le había explicado todo lo que teníamos pensado hacer en el ámbito

interno para reducir las emisiones estadounidenses, así como las

dificultades para que el Senado aprobase en el futuro próximo un tratado

del estilo del de Kioto. Describí nuestra idea de un acuerdo provisional, y

cómo estábamos formando un «grupo de grandes emisores», aparte de las

negociaciones auspiciadas por la ONU, para ver si hallábamos puntos de

encuentro con China sobre la cuestión. Mientras yo hablaba, Ban asentía

con educación, y de vez en cuando tomaba alguna nota o se colocaba las

gafas. Pero nada de lo que dije lo distrajo de su misión principal.

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