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Una-tierra-prometida (1)

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anuales de dióxido de carbono, y las cifras de India también estaban

aumentando. Y aunque seguía siendo cierto que el ciudadano medio chino o

indio consumía una pequeña parte de la energía que utilizaba el

estadounidense medio, los expertos preveían que la huella de carbono de

esos dos países se multiplicaría por dos en las próximas décadas, a medida

que una proporción cada vez mayor de sus más de dos mil millones de

habitantes aspirase a las mismas comodidades modernas de las que

disfrutaban quienes vivían en los países ricos. Si eso llegaba a suceder, el

planeta iba a estar sumergido bajo las aguas con independencia de lo que

hiciesen todos los demás países; un argumento que los republicanos (al

menos, los que no rechazaban por completo la ciencia climática) solían

emplear como excusa para que Estados Unidos no hiciese absolutamente

nada.

Necesitábamos una nueva estrategia. Gracias al inestimable

asesoramiento de Hillary Clinton y Todd Stern, enviado especial para el

cambio climático del Departamento de Estado, mi equipo preparó una

propuesta para un acuerdo provisional de menor calado, basada en tres

compromisos compartidos. En primer lugar, el acuerdo exigiría que todos

los países —incluidas potencias emergentes como China e India—

presentasen un plan propio para reducción de gases de efecto invernadero.

El plan de cada país podría diferir en función de su riqueza, perfil

energético y estadio de desarrollo, y se revisaría a intervalos periódicos a

medida que aumentasen las capacidades económicas y tecnológicas de

dicho país. En segundo lugar, aunque estos planes no serían de obligado

cumplimiento bajo el derecho internacional como sí lo son las obligaciones

de los tratados, cada país aceptaría la adopción de medidas que permitiesen

a las demás partes firmantes verificar de forma independiente que estaba

cumpliendo con las reducciones que se había autoimpuesto. En tercer lugar,

los países ricos proporcionarían a los pobres miles de millones de dólares

en ayudas para mitigar y adaptarse al cambio climático, siempre que estos

últimos cumpliesen sus compromisos (mucho más modestos).

Si se diseñaba correctamente, esta nueva estrategia podría obligar a

China y a otras potencias emergentes a empezar a poner la carne en el

asador al mismo tiempo que mantenía el concepto de «responsabilidades

comunes pero diferenciadas» del Protocolo de Kioto. Al establecer un

sistema creíble para validar los esfuerzos de otros países para reducir las

emisiones, también reforzaríamos nuestra posición ante el Congreso en

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