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Una-tierra-prometida (1)

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americano que detecta una apertura en la línea de defensa y sabe que, si

consigue llegar a ese hueco lo suficientemente rápido y atravesarlo, ya no

habrá más que terreno despejado entre él y la zona de finalización. Este

presentimiento vino acompañado de una toma de conciencia: si no lo

conseguía, habría llegado el momento de abandonar la política; y dado que

había puesto todo de mi parte en el empeño, podría dejarla sin

remordimientos.

A lo largo de 2002 empecé discretamente a poner a prueba la idea. Al

analizar el panorama político en Illinois, vi que no era tan descabellada la

idea de que un parlamentario estatal negro y poco conocido se presentase al

Senado estadounidense. Varios afroamericanos habían conseguido ser

elegidos por Illinois, entre ellos la exsenadora Carol Moseley Braun, una

política de talento, aunque errática, cuya victoria había electrizado al país

antes de caer en desgracia como consecuencia de una serie de errores

propios relacionados con malas prácticas financieras. Por su parte, el

republicano que la había derrotado, Peter Fitzgerald, era un banquero

adinerado cuyas ideas marcadamente conservadoras lo habían vuelto algo

impopular en nuestro estado, que era cada vez más demócrata.

Empecé hablando con un trío de senadores estatales compañeros de mis

partidas de póquer —los demócratas Terry Link, Denny Jacobs y Larry

Walsh— para ver si creían que podía competir en las zonas rurales de clase

trabajadora blanca a las que representaban. Por lo que habían visto durante

mis visitas, pensaban que tenía posibilidades, y los tres accedieron a darme

su apoyo si me presentaba. Lo mismo hizo un grupo de progresistas

blancos, representantes públicos de las zonas ubicadas a lo largo de la orilla

del lago en Chicago, así como un puñado de parlamentarios latinos

independientes. Le pregunté a Jesse Jr. si tenía algún interés en presentarse.

Me dijo que no, y añadió que estaba dispuesto a darme su apoyo. El

congresista Danny Davis, el afable tercer congresista negro en la delegación

de Illinois, también se sumó. (No le pude reprochar a Bobby Rush que

mostrase menos entusiasmo al respecto.)

El respaldo más importante era el de Emil Jones, que estaba a punto de

convertirse en presidente del Senado estatal y era, por ende, uno de los tres

políticos más poderosos de Illinois. En una reunión en su despacho señalé

que, en ese momento, no había en el Senado estadounidense ni un solo

afroamericano, y que a las políticas por las que habíamos luchado juntos en

Springfield les iría de perlas contar con alguien que las defendiese en

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