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Una-tierra-prometida (1)

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alguna vez una idea regulatoria que abanderaba uno de los suyos no

significaba que fuesen a respaldar exactamente la misma idea si esta venía

de un presidente demócrata.

Aun así, debía confiar en que disponer de un precedente exitoso nos

proporcionaba una oportunidad real de sacar un acuerdo adelante. Carol,

Phil y el resto del personal legislativo de la Casa Blanca pasaron gran parte

de la primavera de 2009 yendo y viniendo entre una y otra cámara,

haciendo avanzar lentamente el asunto, limando asperezas y ofreciendo a

los actores principales y a sus equipos todo el apoyo técnico o la asesoría

regulatoria que pudieran necesitar. Todo esto ocurría mientras aún

intentábamos reflotar la economía, dar forma al proyecto de ley de sanidad,

componer un paquete legislativo sobre inmigración, asegurar la

confirmación de los candidatos judiciales y hacer avanzar otra docena de

iniciativas más pequeñas a través del Congreso; una muestra de la enorme

implicación de todo el equipo. También confería a la oficina de Rahm —de

decoración minimalista y con la gran mesa de conferencias que ocupaba su

centro normalmente cubierta de tazas de café, latas de Coca-Cola Light y

algún que otro tentempié a medio comer— la atmósfera sobrecafeinada de

un centro de control del tráfico aéreo.

Entonces, un día de junio, nuestros esfuerzos empezaron a dar sus frutos.

La Oficina Social de la Casa Blanca había organizado un pícnic para el

personal en el jardín Sur, y yo acababa de empezar a moverme entre la

gente, sosteniendo bebés y posando para fotos con los orgullosos padres de

los miembros del personal, cuando Rahm vino dando brincos por el césped,

con un folio enrollado en la mano.

—Presidente, la Cámara acaba de aprobar el proyecto de ley sobre el

clima —dijo.

—¡Fantástico! —respondí mientras le ofrecía chocar los cinco—. ¿Ha

estado muy reñido?

Rahm me mostró su recuento: 219 a 212. «Conseguimos ocho votos de

republicanos moderados. Perdimos a un par de demócratas, con lo que ya

contábamos, pero me encargaré de ellos. Entretanto, deberías llamar a

Nancy, a Waxman y a Markey para darles las gracias. Han tenido que

trabajarse duramente a los miembros de la Cámara.»

Rahm vivía para días como ese, cuando lográbamos una clara victoria.

Pero mientras caminábamos de vuelta al despacho Oval, parándonos por el

camino a saludar a otras personas, me percaté de que mi jefe de gabinete,

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