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Una-tierra-prometida (1)

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facilitaba la vida: a grandes rasgos, Waxman y Markey coincidían con

nuestras líneas políticas, sus equipos sabían lo que hacían y agradecían

nuestras sugerencias. Pero también significaba que ambos congresistas

sentían poca necesidad de tener en cuenta opiniones menos progresistas que

las que existían en su propio grupo, lo que abría la posibilidad de que el

proyecto de ley que redactasen acabase pareciendo la lista de deseos de una

organización ecologista, y provocase un ataque al corazón a varios de los

senadores demócratas indecisos.

Con la esperanza de evitar una situación de punto muerto entre la Cámara

y el Senado, Rahm encomendó a Phil Schiliro la nada envidiable tarea de

instar a Waxman a abrir un diálogo con los probables patrocinadores de un

proyecto de ley en el Senado, incluido Lieberman, para así poder ir limando

las diferencias entre ambos grupos. Al cabo de una semana convoqué a Phil

en el despacho Oval y le pregunté cómo había ido la conversación con

Waxman. Dejó caer su cuerpo desgarbado sobre el sofá, tomó una manzana

del cuenco que había sobre la mesilla y se encogió de hombros.

«No muy bien», dijo con una voz que era mitad risa entre dientes y mitad

suspiro. Antes de incorporarse a mi equipo, Phil había trabajado varios años

en la oficina de Waxman, en la última época como su jefe de gabinete, por

lo que ambos se conocían muy bien. Me dijo que Waxman le había echado

una buena bronca, que había volcado en él la frustración que los demócratas

de la Cámara ya sentían hacia los del Senado (y hacia nosotros) por lo que

consideraban una letanía de pecados previos: reducir la envergadura de la

Ley de Recuperación, ser incapaces siquiera de someter a votación varios

proyectos de ley en la Cámara por temor a poner en un brete a los senadores

moderados o conservadores, y ser en general unas marionetas sin agallas.

—Dice que el Senado es «el lugar donde las buenas ideas van a morir»

—me explicó Phil.

—Eso no se lo puedo rebatir —respondí.

—Tendremos que resolverlo todo en un comité conjunto, después de que

cada cámara apruebe su propio proyecto de ley —prosiguió Phil,

esforzándose por transmitir un tono optimista.

En nuestro intento por conseguir que las diferencias entre el proyecto de

ley de la Cámara y el del Senado siguiesen siendo viables, había algo que

jugaba a nuestro favor: Lieberman y Boxer, así como los demócratas de la

Cámara y la mayoría de organizaciones ecologistas, habían aceptado un

sistema de topes e intercambios de emisiones similar al que yo había

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