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Una-tierra-prometida (1)

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despacho Oval para mostrarme varios fragmentos de las declaraciones ante

la prensa de la congresista Michele Bachmann, de Minnesota, fundadora del

caucus del Tea Party en la Cámara de Representantes y que tiempo después

sería candidata en las primarias republicanas a la presidencia. Bachmann

venía denunciando las flamantes bombillas de mayor eficiencia energética

como «una intrusión antiestadounidense a lo Gran Hermano» y una

amenaza para la salud pública; también eran evidencia de lo que veía como

una conspiración más amplia por parte de los demócratas para imponer una

agenda radical de «sostenibilidad», según la cual todos los ciudadanos

estadounidenses acabarían siendo obligados a «trasladarse a los núcleos

urbanos, vivir en infraviviendas y tomar el metro para ir a sus trabajos en la

Administración pública».

«Parece que han descubierto nuestro secreto, presidente», dijo Pete.

Asentí con preocupación. «Habrá que esconder los contenedores de

reciclaje.»

Aunque los coches y lavavajillas más eficientes eran un avance, sabíamos

que el camino hacia el cambio duradero pasaba en última instancia por

conseguir que el Congreso aprobara una legislación climática más amplia:

un proyecto de ley susceptible de afectar a todos los sectores de la

economía que contribuían a la emisión de gases, más allá de los vehículos y

los electrodomésticos. Además, las informaciones de prensa y la

conversación pública que propiciaría el proceso legislativo contribuirían a

sensibilizar sobre los peligros asociados al aumento global de la

temperatura y —si todo iba bien— el Congreso sentiría el resultado final

como propio. Quizá lo más importante era que una ley federal podría

perdurar, a diferencia de las regulaciones, que una futura Administración

republicana podría revocar de manera unilateral.

Por supuesto, esa legislación dependía de nuestra capacidad para superar

el filibusterismo del Senado. Y a diferencia de lo que ocurrió con la Ley de

Recuperación, cuando, llegado el momento de la verdad, fuimos capaces de

asegurar todos los votos demócratas que necesitábamos, Harry Reid me

advirtió de que con toda seguridad perderíamos al menos a un par de

senadores demócratas de estados productores de petróleo y carbón que

tenían a la vista reelecciones complicadas. Para conseguir sesenta votos

necesitaríamos convencer al menos a dos o tres republicanos para que

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