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Una-tierra-prometida (1)

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política había terminado para mí —o de que estaba a punto de terminar—,

en el fondo sabía que aún no estaba dispuesto a renunciar a ella.

Al dedicar más tiempo a pensar sobre el futuro, una cuestión me pareció

evidente: la política basada en tender puentes que tenía en mente no

encajaba con una campaña al Congreso. El problema era estructural, y tenía

que ver con la forma en que estaban trazados los contornos de los distritos:

en un distrito abrumadoramente negro como en el que yo vivía, en una

comunidad que había sido sacudida durante años y años por la

discriminación y el abandono, lo que se esperaba de los políticos se definía

la mayoría de las veces en términos raciales, como sucedía también en

muchos distritos blancos y rurales que se sentían dejados a su suerte.

«¿Cómo harías frente a quienes no son como nosotros —preguntaban los

votantes—, a quienes se han aprovechado de nosotros, a quienes nos miran

por encima del hombro?»

Incluso con un enfoque político tan limitado seguramente podrías

cambiar algo; con cierta veteranía, podrías lograr mejores servicios para tus

electores, atraer uno o dos proyectos grandes a tu distrito y, colaborando

con aliados, tratar de influir en el debate nacional. Pero eso no sería

suficiente para remover las restricciones políticas que hacen tan difícil

proporcionar atención sanitaria a quienes más la necesitan, o conseguir

mejores escuelas para los niños pobres, o puestos de trabajo donde antes no

los había; esas mismas restricciones bajo las que Bobby Rush trabajaba a

diario.

Me di cuenta de que, para cambiar las cosas de verdad, tenía que hablar

con y para el público más amplio posible. Y la mejor manera de hacerlo era

presentarme a las elecciones para alguna institución de ámbito nacional;

como, por ejemplo, el Senado estadounidense.

Cuando ahora recuerdo mi descaro —mi pura desfachatez— al querer

lanzar una campaña al Senado estadounidense justo después de sufrir una

contundente derrota, me cuesta descartar la posibilidad de que estuviese

simplemente desesperado por tener otra oportunidad, como un alcohólico

que racionaliza una última copa. Pero no era eso lo que sentía. Al darle

vueltas a la idea en mi cabeza, lo que sentí con toda claridad no fue tanto

que ganaría sino que tenía la posibilidad y que, si lo lograba, quizá tuviese

un gran impacto. Podía verlo, sentirlo, como un jugador de fútbol

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