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Una-tierra-prometida (1)

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afroamericana que, tras pasar quince años en la agencia, había sido la

comisionada para la protección medioambiental de New Jersey. Era una

experta agente política, con el encanto y el humor fácil de su Nueva Orleans

natal. Para entender por completo las fronteras científicas de la

transformación del sector energético estadounidense, nos pusimos en manos

de mi secretario de Energía, Steven Chu, físico en Stanford, ganador del

Premio Nobel y anterior director del célebre Laboratorio Nacional

Lawrence Berkeley, en California. Steve tenía aspecto de académico, con

sus gafas redondas de montura metálica y un aire serio pero ligeramente

distraído; en más de una ocasión, el personal tuvo que salir a buscarlo por

los terrenos de la Casa Blanca porque había perdido la noción del tiempo y

había salido a pasear justo cuando estábamos a punto de empezar una

reunión. Pero era tan inteligente como indicaba su currículum, y tenía el

don de explicar cuestiones sumamente técnicas en términos que los

humanos con una capacidad limitada para entenderlos, como yo, podíamos

comprender.

Con Carol a los mandos, nuestra agrupación de cerebros para abordar el

cambio climático propuso una completa agenda regulatoria que incluía,

entre otras medidas, la imposición de un límite estricto a las emisiones de

carbono, el cual —si se implantaba con éxito— podría reducir las emisiones

estadounidenses de gases de efecto invernadero en un 80 por ciento para

2050. No sería suficiente para evitar que la temperatura del planeta

aumentase más de dos grados Celsius, pero sí al menos iba a poner las cosas

en movimiento y serviría como marco de referencia para futuras

reducciones más contundentes. Igualmente importante era establecer una

meta ambiciosa pero realista que colocara a Estados Unidos en posición de

presionar a los otros grandes emisores —en particular, China— a seguir

nuestro ejemplo. El objetivo era negociar y firmar un gran acuerdo

internacional sobre cambio climático antes del final de mi presidencia.

Empezamos con la Ley de Recuperación, conscientes de que teníamos la

oportunidad de utilizar el dinero del estímulo para transformar el sector

energético, haciendo inversiones en investigación y desarrollo de energías

limpias que llevarían a acusadas disminuciones en el coste de la energía

eólica y solar. Nuestro cálculo era sencillo: para alcanzar nuestros objetivos

en lo relativo a la emisión de gases de efecto invernadero, tendríamos que

cortar la dependencia de la economía estadounidense respecto de los

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