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Una-tierra-prometida (1)

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—Lo mismo de siempre.

Por su propia naturaleza, la presidencia modifica tus horizontes temporales.

Los esfuerzos rara vez dan sus frutos de inmediato, la escala de la mayoría

de los problemas que llegan a tu escritorio es demasiado grande y los

factores en juego demasiado heterogéneos. Aprendes a medir tu progreso en

pequeños pasos —cada uno de los cuales puede tardar meses en

conseguirse, y no acapara la atención del público— y te reconcilias con la

certeza de que tu meta principal puede que tarde en cumplirse, si es que

alguna vez se cumple, un año, o dos, o todo un mandato.

En ninguna esfera eso es más cierto que en la gestión de la política

exterior. De modo que en la primavera de 2010, cuando comenzamos a ver

los resultados de algunas de nuestras principales iniciativas diplomáticas,

me sentí bastante animado. Tim Geithner informó de que los chinos habían

empezado a dejar con cautela que su moneda recuperara valor. En abril,

volví a Praga, donde el presidente ruso Medvédev y yo asistimos a una

ceremonia para firmar el Nuevo Tratado de Reducción de Armas

Estratégicas, que reducía el número de cabezas nucleares desplegadas en un

tercio en cada lado, con un riguroso mecanismo de inspección para asegurar

su cumplimiento.

Y en junio, con los votos clave de Rusia y China, el Consejo de

Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1929, que imponía nuevas

sanciones sin precedentes contra Irán, incluida la prohibición de venta de

armas, la suspensión de nuevas actividades financieras internacionales por

parte de bancos iraníes y la severa orden de prohibir cualquier tipo de

transacción comercial que pudiera ayudar a que Irán expandiera su

programa de armas nucleares. El régimen tardaría un par de años en sentir

de lleno los efectos de las sanciones, pero combinadas con una nueva serie

de sanciones por parte de Estados Unidos, teníamos las herramientas que

necesitábamos para llevar la economía de Irán a dique seco a menos que

aceptara negociar. También me dio poderosos argumentos para pedir

paciencia en las conversaciones con Israel y otros países que veían el asunto

nuclear como una excusa para una confrontación militar entre Estados

Unidos e Irán.

Conseguir que Rusia y China se sumaran fue un logro del equipo. Hillary

Clinton y Susan Rice pasaron infinitas horas persuadiendo y en ocasiones

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