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Una-tierra-prometida (1)

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Myanmar. Decidimos que, aparte de eso, la mejor manera de influenciar a

su Gobierno era mostrar nuestra disposición al diálogo.

El primer ministro de Myanmar era un general apacible y de aspecto

élfico llamado Thein Sein, y al final mi trato con él no fue más allá de un

breve apretón de manos que no causó demasiado revuelo. Los mandatarios

del ASEAN manifestaron su entusiasmo ante nuestro mensaje de que

Estados Unidos se volvería a comprometer, mientras que la prensa asiática

hizo énfasis en mis lazos infantiles con la región, los primeros en un

presidente de Estados Unidos y que se notaban, decían, en mi afición por la

comida local callejera y en mi habilidad para saludar al presidente de

Indonesia en su idioma.

En realidad, más allá del simple saludo y de saber pedir un menú, había

olvidado casi todo mi indonesio. A pesar de mi prolongada ausencia, me

impactó lo cómodo que me sentía en el sudeste asiático, en su ambiente

lánguido y húmedo con olorcillo a fruta y especias, en el estilo sutilmente

contenido con el que se relacionaban las personas. Aunque lo cierto es que

Singapur, con sus amplios bulevares, jardines públicos y rascacielos de

oficinas, a duras penas se parecía a la prolija colonia británica que

recordaba de niño. Ya en la década de 1960 había sido uno de los casos

exitosos de la región; una ciudad Estado poblada por malayos, indios y

chinos que, gracias a una combinación de políticas de libre mercado,

capacidad burocrática, mínima corrupción y un estricto control político y

social, se había convertido en un centro de inversión extranjera. Pero la

globalización y las tendencias de crecimiento general en Asia habían

llevado a que la economía del país creciera de forma desorbitada. Con sus

restaurantes caros y tiendas de lujo repletas de hombres de negocios

trajeados y de jóvenes vestidos a la última moda hip hop, el alarde de

riqueza estaba a la altura del de Nueva York o Los Ángeles.

En cierto sentido, Singapur era una excepción: el resto de los países del

ASEAN seguían lidiando con diferentes niveles de pobreza arraigada, al

igual que sus compromisos con la democracia y el Estado de derecho

seguían siendo ampliamente desiguales. Pero algo que al parecer todos

tenían en común era un cambio en la forma en que se veían a sí mismos.

Las personas con las que hablé —ya fueran mandatarios, hombres de

negocios o activistas de derechos humanos— seguían respetando el poder

de Estados Unidos. Pero ya no veían a Occidente como el centro del

mundo, ni a sus propios países en un papel secundario. Se consideraban, en

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