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Una-tierra-prometida (1)

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tercerización empresarial— aceleraron esas pérdidas. El flujo constante de

productos chinos a Estados Unidos había provocado que los televisores de

pantalla plana fueran más baratos, y habían ayudado a mantener baja la

inflación, pero a costa de disminuir los salarios de los trabajadores

estadounidenses. Yo había prometido luchar en su nombre por un trato

comercial más justo y tenía la intención de cumplir mi promesa.

Sin embargo, con la economía mundial pendiente de un hilo, tenía que

pensar cuándo y cuál era la mejor manera de hacerlo. China tenía más de

setecientos mil millones de dólares de deuda estadounidense y formidables

reservas en moneda extranjera, lo que la convertía en un socio

indispensable en la gestión de la crisis internacional. Para que tanto

nosotros como el resto del mundo saliera de la recesión, necesitábamos que

la economía china creciera, no que se contrajera. China no iba a cambiar sus

prácticas comerciales sin la firme presión de mi Administración, pero tenía

que asegurarme de no comenzar una guerra comercial que empujara al

mundo a una depresión y perjudicara a los propios trabajadores a los que

había prometido ayudar.

En la víspera del viaje a China, mi equipo y yo habíamos acordado la

estrategia de tirar del hilo lo suficiente para que quedara tenso, pero no

demasiado. Empezaríamos presentado al presidente Hu una lista de áreas

problemáticas que queríamos ver resueltas en una franja de tiempo realista,

evitando una confrontación pública que asustara aún más a los ya nerviosos

mercados financieros. Si los chinos no actuaban, pensábamos aumentar de

forma continua la presión pública y tomar medidas de represalia

(idealmente, en un entorno económico que ya no fuera tan frágil).

Para darle ese empujoncito a China a fin de que se comportara mejor,

esperábamos contar con la ayuda de sus vecinos. Eso requeriría de un gran

trabajo. La absorción total de la Administración Bush de los problemas de

Oriente Medio, sumado al fiasco de Wall Street, había provocado que

algunos mandatarios en Asia cuestionaran la importancia de Estados Unidos

en la región. Mientras tanto, la floreciente economía china había provocado

que incluso algunos aliados cercanos a Estados Unidos, como Japón o

Corea del Sur, fueran cada vez más dependientes de su mercado y se

mostraran cautos para no provocar su enfado. Lo único que teníamos a

nuestro favor era que en los últimos años China había empezado a

confiarse, exigiendo concesiones unilaterales a socios comerciales más

débiles y amenazando a Filipinas y Vietnam con tomar el control de varias

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