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Una-tierra-prometida (1)

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Acompañado de Serguéi Lavrov, el sofisticado ministro de Asuntos

Exteriores de Rusia y antiguo representante en Naciones Unidas, Putin nos

llevó a un amplio patio al aire libre, donde se había dispuesto un festín en

nuestro honor, con huevos y caviar, panecillos y té, servido por unos

camareros vestidos con el traje tradicional campesino y altas botas de cuero.

Le agradecí a Putin su hospitalidad, señalé el avance que nuestros países

habían hecho con los acuerdos del día anterior, y le pregunté por su

valoración de la relación entre Rusia y Estados Unidos durante su tiempo en

el cargo.

Burns no había bromeado con lo de que el hombre quería sacarse dos o

tres cosas de encima. Apenas había terminado la pregunta cuando Putin se

lanzó a un monólogo animado y en apariencia interminable en el que relató

todas las injusticias, traiciones y desprecios que tanto él como el pueblo

ruso habían tenido que sufrir a manos de los estadounidenses.

Personalmente le había gustado el presidente Bush, dijo, y se había puesto

en contacto con él después del 11-S para ofrecerle su solidaridad y también

sus servicios de inteligencia en la lucha contra su enemigo común. Había

ayudado a Estados Unidos a asegurar las bases aéreas de Kirguistán y

Uzbekistán para la campaña de Afganistán. Hasta le había ofrecido la ayuda

rusa para controlar a Sadam Husein.

Y ¿a qué le había llevado? En vez de prestar atención a sus advertencias,

dijo, Bush había seguido adelante y había invadido Irak, desestabilizando

todo Oriente Próximo. La decisión estadounidense de salirse hacía siete

años del tratado antimisiles balísticos y de ubicar sistemas de defensa

antimisiles en la frontera con Rusia seguía siendo una fuente de

inestabilidad estratégica. La admisión de los antiguos países del Pacto de

Varsovia en la OTAN durante las administraciones Clinton y Bush había

sido una clara intromisión en la «esfera de influencia» de Rusia, mientras

que el apoyo de Estados Unidos a las «revoluciones de colores» de Georgia,

Ucrania y Kirguistán —bajo el engañoso disfraz de «promoción de la

democracia»— había provocado que unos vecinos antes amistosos con

Rusia se hubiesen vuelto de pronto hostiles a Moscú. En opinión de Putin,

los estadounidenses habían sido arrogantes, desdeñosos, no habían tratado a

Rusia como a un igual, y constantemente habían intentado dictar sus

términos al resto del mundo, lo que en conjunto hacía difícil ser optimistas

sobre las relaciones futuras.

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