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Una-tierra-prometida (1)

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traducido del farsi.

—Solo lo suficiente para enseñarme el dedo corazón —dije yo.

Lo cierto era que nadie en la Casa Blanca esperaba una respuesta

positiva. Yo había enviado la carta porque quería dejar claro que el

impedimento para la diplomacia no era la intransigencia estadounidense,

sino la de Irán. Reforcé ese mensaje de apertura al público general iraní a

través de una felicitación del tradicional año nuevo persa (Nouruz) que

subimos a las redes en marzo.

Tal y como estaban las cosas las perspectivas de que hubiera algún

progreso inminente se acabaron en junio de 2009, cuando el candidato de la

oposición Mir-Hosein Musaví acusó a los cargos del Gobierno de fraude

electoral para conseguir la reelección de Ahmadineyad para una segunda

legislatura como presidente. Millones de manifestantes de todo Irán

tomaron las calles para protestar por los resultados electorales, iniciando un

autobautizado «Movimiento Verde» que supuso uno de los retos internos

más significativos del Estado islámico desde la revolución de 1979.

La consiguiente mano dura fue implacable y veloz. Se puso a Musaví y a

otros líderes de la oposición bajo arresto domiciliario. Se golpeó a los

manifestantes pacíficos, y murió un número significativo de ellos. Una de

aquellas noches, en la comodidad de mi residencia, repasé por internet los

informes de las protestas y vi un vídeo en el que disparaban a una joven en

la calle. Agonizante, se veía cómo la sangre le cubría la cara mientras

miraba hacia arriba con un gesto de reprobación.

Fue un evocador recordatorio del precio que muchas personas en todo el

mundo pagaban por desear tener un poco de influencia en la forma en que

les gobernaban, y mi primer impulso fue mostrar mi firme apoyo por los

manifestantes. Pero cuando reuní a mi equipo de seguridad, nuestros

expertos en Irán me recomendaron que no diera ese paso. Según su opinión,

lo más probable era que cualquier declaración por mi parte fuese

contraproducente. A esas alturas la línea dura del régimen ya estaba

elaborando la ficción de que había agentes extranjeros tras aquellas

manifestaciones y los activistas en Irán temían que una declaración de

apoyo del Gobierno estadounidense desacreditara su movimiento. Me sentí

obligado a prestar atención a aquellas advertencias y firmé una serie de

insulsas y burocráticas declaraciones —«Seguiremos observando

atentamente la situación», «Los derechos universales de reunión y libertad

de expresión deben ser respetados»—, urgiendo a una resolución pacífica

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