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Una-tierra-prometida (1)

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En la época en la que asumí la presidencia, los conservadores más

intransigentes habían vuelto firmemente a la carga en Teherán, dirigidos por

su nuevo presidente Mahmud Ahmadineyad, cuyos frenéticos estallidos

antioccidentales, sus negaciones del Holocausto y su persecución de los

gais y otros grupos a los que consideraba una amenaza, le convirtieron en el

perfecto epítome de los aspectos más odiosos del régimen. En Irak y

Afganistán las milicias populares seguían recibiendo armas iraníes con la

intención de matar soldados estadounidenses. Nuestra invasión en Irak

había reforzado enormemente la posición estratégica de Irán en la región al

reemplazar a su enemigo declarado, Sadam Husein, con un Gobierno chiita

sometido a la influencia iraní. Hezbolá, agente de Irán, había surgido como

la facción más poderosa del Líbano, y tenía en su poder unos misiles

facilitados por Irán que podían llegar a Tel Aviv. Los saudíes y los israelitas

hablaban con un tono alarmante de una expansión de la «medialuna chiita»

de influencia iraní y no ocultaban su interés en un cambio de régimen

iniciado por Estados Unidos.

Desde cualquier punto de vista Irán habría sido un gran dolor de cabeza

para mi Administración, pero fue el impulso del programa nuclear del país

el que amenazó con convertir aquella mala situación en una auténtica crisis.

El régimen había heredado instalaciones nucleares construidas durante la

época del sah y según el Tratado de No Proliferación Nuclear de Naciones

Unidas —del que Irán era parte desde su ratificación en 1970—, tenía

derecho a utilizar energía nuclear con fines pacíficos. Por desgracia, la

misma tecnología centrifugadora que se emplea para enriquecer el uranio

que necesitan las centrales nucleares puede modificarse para obtener un

uranio altamente enriquecido con fines armamentísticos. Como dijo uno de

nuestros expertos, «con suficiente uranio altamente enriquecido, un

estudiante de físicas de instituto lo bastante inteligente y con una conexión

a internet puede construir una bomba». Entre 2003 y 2009, Irán aumentó el

total de sus centrifugadoras para enriquecer uranio desde unos cuantos

centenares hasta cinco mil, mucho más de lo que podría justificar un

programa de paz. Las agencias de inteligencia estadounidenses estaban

razonablemente seguras de que Irán aún no tenía un arma nuclear, pero no

menos convencidas de que el régimen había afinado su «margen de éxito»

—el necesario para producir suficiente uranio como para construir un arma

nuclear viable— hasta un punto peligroso.

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