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Una-tierra-prometida (1)

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guerra de ocho años que siguió a continuación —un conflicto en el que los

estados del Golfo financiaron a Sadam Husein al mismo tiempo que los

soviéticos proporcionaban armas, entre ellas armas químicas, al ejército de

Jomeini— propició que Irán adoptara el terrorismo como una forma de

compensar las ventajas militares de sus enemigos. (Estados Unidos, en la

era Reagan, intentó con cinismo apoyar ambos bandos, respaldando

públicamente a Irak mientras le vendía en secreto armas a Irán.) La promesa

de Jomeini de borrar del mapa a Israel —manifiesta en el apoyo de la

Guardia Revolucionaria de Irán a filiales armadas como la milicia chiita

Hezbolá afincada en el Líbano y el ala militar del grupo de resistencia

palestino Hamás— convirtieron al régimen iraní en la mayor amenaza de

Israel y contribuyeron al endurecimiento general de la actitud de Israel

hacia una posible paz con sus vecinos. Aún más, la descripción de Jomeini

del mundo como una colisión maniquea entre las fuerzas de Alá y las del

«Gran Satán» (Estados Unidos) se filtraron como una toxina en la mente no

solo de los futuros yihadistas sino de aquellos que en Occidente se sentían

inclinados a ver a los musulmanes como objetos de miedo y sospecha.

Jomeini murió en 1989. Su sucesor, el ayatolá Alí Jamenei, un clérigo

que apenas había viajado entonces fuera de su país y que ya no lo haría

después, al parecer igualaba a Jomeini en su odio a Estados Unidos. A pesar

de su título de líder supremo, la autoridad de Jamenei no era absoluta; tenía

que consultar con un poderoso consejo de clérigos, mientras que la

responsabilidad diaria de dirigir el Gobierno recaía en manos de un

presidente elegido popularmente. Hubo un periodo entre el final de la

Administración Clinton y el comienzo de la Administración Bush en el que

unas fuerzas más moderadas dentro de Irán ganaron cierto terreno al ofrecer

la posibilidad de una distensión en las relaciones entre Estados Unidos y

dicho país. Tras el 11-S, el por entonces presidente iraní Mohammad

Jatamí, llegó a ponerse en contacto con la Administración Bush con el fin

de ofrecer ayuda a Estados Unidos para responder a su vecino Afganistán.

Pero los funcionarios estadounidenses ignoraron el gesto, y en cuanto el

presidente Bush nombró a Irán, junto a Irak y Corea del Norte, como parte

del «eje del mal» en su discurso del estado de la Unión, si alguna vez hubo

una vía abierta a la negociación, se cerró de un portazo.

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