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Una-tierra-prometida (1)

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más conservadores y de muchos de sus seguidores, violaban los principios

más importantes del islam. Tampoco prestaron demasiada atención los

analistas de la CIA a la creciente influencia de un clérigo chiita en el exilio,

el ayatolá Jomeini, cuyos escritos y discursos denunciaban al sah como un

títere de Occidente y llamaba a los fieles a un reemplazo del orden existente

con un Estado islámico gobernado por la ley sharia. Por ese motivo a los

funcionarios estadounidenses les pilló por sorpresa que la serie de

manifestaciones que se produjeron en Irán a comienzos de 1978 hiciera

estallar una revolución populista. En olas sucesivas, a los seguidores de

Jomeini se les unieron en las calles los trabajadores descontentos, los

jóvenes parados y las fuerzas prodemocráticas en busca de un regreso al

orden constitucional. A comienzos de 1979, con un número de

manifestantes que ya llegaba a millones, el sah huyó discretamente del país

y entró brevemente en Estados Unidos, para recibir tratamiento médico. En

los telediarios de nuestro país aparecía constantemente la imagen del

ayatolá —con su barba blanca y los ojos ardientes de un profeta— bajando

de un avión que lo devolvía triunfante del exilio frente a un mar de

seguidores enfervorecidos.

La mayoría de estadounidenses desconocía la historia de esta revolución

o por qué gente de un país tan lejano estaban de pronto quemando imágenes

del Tío Sam al tiempo que clamaban «Muerte a Estados Unidos». Yo era

uno de ellos. Tenía diecisiete años entonces, aún iba al instituto y tenía un

conocimiento relativo de los asuntos políticos. Solo entendía vagamente lo

que sucedió a continuación: el modo en que Jomeini se nombró a sí mismo

líder supremo dejando a un lado a sus primeros aliados civiles y

reformistas; cómo creó la Guardia Revolucionaria de Irán para acabar con

cualquiera que se atreviera a retar al nuevo régimen; y la forma en que

utilizó el drama que se desarrolló cuando unos estudiantes radicalizados

entraron en la embajada de Estados Unidos y tomaron unos rehenes para

consolidar la revolución y humillar a la nación más poderosa del mundo.

Es difícil sobrestimar cuánto, treinta años después, iban a influir en mi

presidencia los efectos colaterales de esos sucesos que marcaron el mapa

geopolítico. La revolución de Irán provocó que muchos otros movimientos

radicales islámicos trataran de replicar su éxito. El llamamiento de Jomeini

a derrocar las monarquías árabes suníes convirtió a Irán y a la Casa de Saúd

en amargos enemigos y motivó muchos conflictos sectarios en todo Oriente

Próximo. El intento iraquí de invasión de Irán en 1980 y la sangrienta

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