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Una-tierra-prometida (1)

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había pasado durante muchos años casi desconocida para los políticos

estadounidenses. Con Turquía e Irak en su frontera occidental y con

Afganistán y Pakistán al este, por lo general siempre se ha pensado en Irán

como uno más de los países pobres de Oriente Próximo, con un territorio

reducido por conflictos civiles y la ascendencia de poderes europeos. En

1951, sin embargo, un Parlamento laico y de tendencia izquierdista impulsó

la nacionalización de los yacimientos petrolíferos, buscando hacerse con el

control de los beneficios que en su momento se había llevado el Gobierno

británico, que poseía la mayor parte de la inversión en la petrolera más

importante de Irán y en la compañía de exportación. Enfadados de que les

hubieran cerrado el grifo, los británicos impusieron un bloqueo para evitar

que Irán exportara su petróleo a potenciales compradores. También

convencieron a la Administración Eisenhower de que el nuevo Gobierno

iraní se estaba acercando a los soviéticos, lo que llevó a que el presidente

Eisenhower diera luz verde a la operación Ajax, un golpe de Estado

diseñado por la CIA y el MI6 que depuso al primer ministro iraní elegido

democráticamente y dejó el Gobierno en las manos del joven monarca, el

sah Mohamad Reza Pahlaví.

La operación Ajax estableció un patrón típico de error de cálculo con

parte de Estados Unidos a la hora de relacionarse con países en desarrollo

que duró toda la Guerra Fría: confundir las aspiraciones nacionales con

tramas comunistas estableciendo una equivalencia entre intereses

comerciales y seguridad nacional, subvirtiendo gobiernos

democráticamente electos y alineándonos con dictadores cuando nos

beneficiaba. Aun así, durante los primeros veintisiete años, los políticos

estadounidenses debieron de pensar que su maniobra en Irán había

funcionado bien. El sah se convirtió en un aliado fiel que firmó contratos

con las compañías petroleras estadounidenses y compró una gran cantidad

de armamento muy caro a Estados Unidos. Mantuvo relaciones amistosas

con Israel, les dio a las mujeres el derecho al voto, y utilizó la riqueza

creciente del país para modernizar la economía y el sistema educativo. Se

relacionaba con facilidad con los hombres de negocios occidentales y las

casas reales europeas.

Menos obvio para los ajenos resultaba el descontento cocinado a fuego

lento a causa de los gastos extravagantes del sah, la represión violenta (su

policía secreta era célebre por torturar y matar a los disidentes) y la

promoción de unas costumbres occidentales que, a ojos de los religiosos

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