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Una-tierra-prometida (1)

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De acuerdo con el dicho de que el 80 por ciento del éxito es que las cosas

se vean, también hicimos hincapié en visitar algunos lugares del mundo que

habían sido desatendidos por la Administración Bush con todo su

extenuante enfoque en el terrorismo y Oriente Próximo. Hillary en

particular fue como un torbellino durante aquel primer año, saltó de

continente en continente con el mismo ímpetu con el que había realizado su

campaña para la presidencia. Al ver la excitación que generaban sus visitas

en las capitales extranjeras, me sentí justificado en mi decisión de

nombrarla secretaria de Estado. No se trataba solo de que todos los líderes

mundiales la trataran como a una igual. Fuera adonde fuera, la gente

entendía su destacada presencia en sus países como una muestra de que

realmente nos importaban.

«Si queremos que los demás países apoyen nuestras prioridades —le dije

al Consejo de Seguridad Nacional— no debemos amedrentarlos sin más.

Tenemos que demostrarles que tenemos en cuenta sus puntos de vista; o al

menos que sabemos ubicar a sus países en el mapa.»

Ser conocidos. Ser escuchados. Hacer que se reconozca la identidad

única propia y su valor. Es un deseo humano universal, pensaba yo, tan

cierto para las naciones y los pueblos como para los individuos. Si yo

entendía esa verdad mejor que algunos de mis predecesores, era tal vez

porque había pasado buena parte de mi infancia en el extranjero y tenía

familia en lugares considerados desde hace mucho como «atrasados» o

«subdesarrollados». O tal vez porque era afroamericano y había

experimentado lo que significaba no encajar del todo en mi propio país.

Fuera cual fuese la razón, insistí en demostrar interés por la historia, la

cultura y la gente de los lugares que visitaba. Ben bromeaba diciendo que

mis discursos en el extranjero se podían reducir a un algoritmo muy simple:

«[Saludo en lengua extranjera, generalmente mal pronunciado.] Es

maravilloso estar en este hermoso país que ha hecho tantas contribuciones

perdurables a la civilización mundial. [Lista de ellas.] Entre nuestras

naciones existe una larga historia de amistad. [Anécdota inspiradora.] Y es

en parte gracias a las contribuciones de millones de orgullosos

[estadounidenses mestizos] cuyos ancestros emigraron hasta nuestras

costas, que Estados Unidos es la nación que es hoy». Tal vez estuviera un

poco trillado, pero las sonrisas y asentimientos entre el público extranjero

demostraban hasta qué punto eran importantes aquellos actos de

reconocimiento.

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