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Una-tierra-prometida (1)

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promesa que me había hecho a mí mismo cuando nació Malia: que mis

hijos me conocerían, que crecerían siendo conscientes de mi amor por ellos,

que sentirían que los había puesto siempre por delante de lo demás.

Bajo la tenue luz de nuestro salón, Michelle ya no parecía enfadada, solo

triste. «¿Merece la pena?», preguntó.

No recuerdo lo que contesté. Sí sé que no podía reconocer ante ella que

ya no estaba seguro.

Es difícil, al echar la vista atrás, entender por qué cometiste una estupidez.

No hablo de minucias: estropear tu corbata favorita porque se te ocurrió

tomar sopa en el coche o fastidiarte la espalda porque alguien te convenció

para jugar al fútbol americano en Acción de Gracias. Me refiero a tomar

decisiones tontas después de una deliberación considerable, a esas veces en

que identificas un problema real en tu vida, lo analizas y a continuación,

con toda la confianza del mundo, te decides por la peor de las opciones.

Fue eso lo que pasó cuando me presenté al Congreso. Tras numerosas

conversaciones, tuve que reconocer que Michelle tenía razón al cuestionar

si la influencia que yo estaba teniendo en Springfield justificaba el

sacrificio. Pero, en lugar de aligerar mi carga, me lancé en la dirección

contraria y decidí que debía pisar el acelerador y hacerme con un cargo de

mayor influencia. En torno a esa misma época, el veterano congresista

Bobby Rush, antiguo miembro de los Panteras Negras, se enfrentó al

alcalde Daley en las elecciones de 1999 y fue aplastado: obtuvo malos

resultados hasta en su propio distrito.

Pensé que a la campaña de Rush le había faltado inspiración, que había

carecido de más razón de ser que la vaga promesa de continuar el legado de

Harold Washington. Si así era como se manejaba en el Congreso, yo podría

hacerlo mejor, me dije. Tras hablarlo con unos pocos consejeros de

confianza, hice que mi equipo preparase deprisa una encuesta propia para

ver si sería viable enfrentarme a Rush. Nuestro muestreo informal nos daba

alguna posibilidad. Con esos resultados en mano, logré convencer a varios

de mis amigos más cercanos para que contribuyesen a financiar la campaña.

Y a continuación, a pesar de las advertencias de gente con más experiencia

en las lides políticas de que Rush era más fuerte de lo que parecía, y de la

perplejidad de Michelle ante el hecho de que yo hubiera podido pensar que

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