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Una-tierra-prometida (1)

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considerablemente. Los generales reconocían que erradicar a los talibanes

de Afganistán era poco realista. Joe Biden y mis asesores del Consejo

Nacional de Seguridad admitieron que las operaciones antiterroristas contra

Al Qaeda no funcionarían si los talibanes infestaban el país o nos impedían

recabar información de inteligencia. Acordamos una serie de objetivos

factibles: reducir el nivel de actividad talibán para que no amenazaran

grandes centros de población; presionar a Karzai para que reformara varios

departamentos clave, como los ministerios de Defensa y Economía, en

lugar de intentar que renovara todo el Gobierno; por último, acelerar el

entrenamiento de unas fuerzas locales que, a la postre, permitirían al pueblo

afgano mantener la seguridad en su país.

El equipo reconoció asimismo que cumplir aquellos objetivos más

modestos también requeriría más tropas estadounidenses.

La única disputa pendiente era cuántas y por cuánto tiempo. Los

generales seguían defendiendo la petición original de cuarenta mil soldados

que había planteado McChrystal, pero sin ofrecer una buena explicación

sobre por qué el número más limitado de objetivos que habíamos pactado

no reducía en un solo soldado las tropas necesarias. La opción centrada en

la lucha antiterrorista que había ideado Biden junto con Cartwright y Lute

requería otros veinte mil soldados que se dedicarían exclusivamente a

operaciones y entrenamiento, pero no estaba claro por qué esas funciones

necesitaban tanto personal estadounidense adicional. En ambos casos, me

preocupaba que las cifras todavía estuvieran motivadas por intereses

ideológicos e institucionales y no por los objetivos que nos habíamos

marcado.

Al final, fue Gates quien propuso una resolución viable. En un

memorándum que me remitió en privado, explicaba que la petición de

McChrystal preveía que Estados Unidos reemplazara a los diez mil

soldados holandeses y canadienses que sus gobiernos habían prometido

enviar a casa. Si autorizaba tres brigadas, con un total de treinta mil

efectivos estadounidenses, tal vez podría utilizar ese compromiso para

conseguir los otros diez mil de nuestros aliados. Gates también coincidía en

que tratáramos el despliegue de nuevos soldados como una escalada más

que como un compromiso abierto, tanto acelerando el ritmo de su llegada

como estableciendo un calendario de dieciocho meses para que empezaran

a volver a casa.

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